miércoles, 1 de febrero de 2006

Paisaje con una torre almenada

(Sobre Recollections of an Excursion to the Monasteries of Alcobaça and Batalha in 1794, de William Beckford. Londres, 1835; Richard Bentley)

Cuando tenía diez años, William Beckford heredó un millón de libras esterlinas en efectivo, propiedades en Inglaterra y plantaciones en Jamaica. Con una renta anual increíble, pudo pagarse estudios de música con Mozart y de arquitectura con Sir Cozens; fue un bibliófilo y lingüista consumado que dominó a la perfección el árabe y el persa; viajó por toda Europa con tantos servidores que algunos lacayos tenían asignada una sola y específica tarea, incluyendo músicos y una escolta decorativa; tomó como amante a una antigua querida de Casanova (hecho que no bastó para desmentir su fama de homosexual); y en 1794 emprendió su obra más recordada, que no es este libro.

Se trata de la abadía gótica de Fonthill, en Wiltshire; el más insólito edificio que haya construido un prerromántico excéntrico. Tras levantar una muralla de doce pies de alto en todo el perímetro de su finca (unas siete millas), Beckford inició la albañilería a un ritmo enfermizo. Quinientos obreros, día y noche y por lo general alcoholizados, erigieron en tiempo récord una enorme estructura rosada, llena de ojivas y de agujas y de almenas; tan monumental como endeble: parece que este singular arquitecto no creía en los cimientos y, lógicamente, al primer viento la parte principal de la abadía se desplomó.

Sin embargo, aquella misma noche ordenó que la reconstruyeran. Para ver el efecto que produciría una torre de ciento veintiún metros, Beckford despreció dibujos y maquetas: directamente encargó un modelo de madera a escala real, que hizo derribar luego. En la inauguración —con invitados como Lord Horatio Nelson y Sir William Hamilton—, descubrió que todavía no se había construido la cocina, por lo que dispuso todo como para que se la levantase en una sola noche. Tras la primera y única cena, todo el sector se vino abajo.

Más allá de su costoso pasatiempo, las horas que sus excursiones y campanarios le dejaban libre Beckford las justificaba escribiendo. Algunas de sus muchas páginas conformaron el Vathek: un relato donde el noveno califa abasida, Harún Benalmotásim Vatiq Bilá, que observa e interpreta los planetas desde una torre y que posee cinco palacios (uno para cada sentido), recibe la promesa de otro palacio, infinito; éste resulta ser el Infierno. El libro es distinto de cualquier cosa escrita hasta entonces. Está influido por las Mil y una noches, pero entre éstas ni una hay que se aproxime a lo propuesto en Vathek. Beckford afirmó haberlo escrito en tres días y dos noches, pero es una anécdota por lo menos dudosa.

Su último libro fue Recollections of an Excursion to the Monasteries of Alcobaça and Batalha in 1794, un delicado registro de su estadía en Portugal cuarenta años antes, desarrollado a partir de unas “mínimas notas” que el autor redescubriera entre sus papeles. Beckford había paseado por dos monasterios góticos de Leiria: Alcobaça y Batalha; de inmediato surge la asociación con su abadía privada de Fonthill (la memoria podrá desordenar algunos hechos, pero conservará con gusto un rosetón o un contrafuerte). Tanto Alcobaça como Batalha están consagrados a Santa María; en el primero hay un famoso Claustro del Silencio; en el segundo —Santa María de la Victoria— se conmemora el triunfo de Juan I de Portugal sobre Juan I de Castilla.

Doce días estuvo Beckford en este sector del mundo, para administrar luego sus recuerdos en forma de libro. Sin embargo, ocurre algo extraño. Recollections... describe los monasterios, pero lo hace con alguna negligencia; en cierto momento se anuncian decenas de habitaciones y pasillos y patios: apenas si se los cruza. Beckford desatiende las discusiones teológicas, omite visitar una terraza, no va hasta las fuentes del río Alcoa. Se preocupa por una discusión trivial entre criados y por un castillo morisco que se ve a lo lejos. No obstante, hombre refinado al fin, prefiere los jardines y el vedado que le recomienda un prior; esto solo ya merece un cielo literario. ¿Cómo no transportarse a estos pequeños paraísos, cómo no recorrer los mismos senderos entre limoneros y naranjos? Fra Angélico dejó varias pinturas con el tema de la Anunciación; en una de estas tablas (la del Museo del Prado) se insinúa a la izquierda una floresta: la imagen de los jardines bien pudo ser ésta, y a Beckford le hubiese agradado.

De tanto en tanto surge alguna mujer entre sus paseos, con la misma función panorámica que pueden tener una fontana o una gruta. El comportamiento de este inglés incluía una aversión hacia los espejos y un posterior odio hacia las mujeres: en Fonthill los corredores tenían nichos para que el personal femenino de la servidumbre se ocultara a su paso. Y a decir verdad hay alguna fobia obscena flotando en las páginas de su Vathek. Elucidar en qué consiste, es tarea del lector; en Beckford, el mérito literario se confunde con su propia historia. En las páginas de Recollections..., las escasísimas mujeres que aparecen son tan heterodoxas como él: una cantante reclusa, una dama alucinada por los pájaros, una reina que grita en mitad de la noche.

Recollections..., fechado en junio de 1835, cierra la producción de Beckford. Sus otros libros memorables, además del Vathek, son una colección de biografías rigurosamente falsas de pintores célebres, dos novelas paródicas, una serie de cartas de viaje, una compilación de cuentos germánicos, y sus juveniles y ya olvidados Dreams, Waking Toughts and Incidents.

Convertido en un decadente ocioso lleno de fastidio, un día vendió Fonthill y su aberrante construcción. Pocos años después, durante una tormenta más o menos fuerte, la abadía se cayó del todo. Dicen que Beckford, al enterarse, ni se inmutó.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

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