lunes, 15 de agosto de 2011

Breve antología de textos de magia en papiros griegos (siglos I a. C. al IV d. C.)

Para que una mujer, mientras duerme, confiese el nombre del que ama: “Pon bajo sus labios o sobre su corazón una lengua de pájaro y pregúntale, y dirá su nombre tres veces” (Papiro LXIII).

Práctica jocosa: “Para que los hombres que beben en un banquete les parezcan a los que están fuera hocicos de asno, toma de noche la mecha de la lámpara y mánchala con sangre de asno; pon la mecha nueva en una lámpara nueva y enciéndela para los que beben” (Papiro XI, B).

Vaso sumamente maravilloso: “La fórmula pronunciada sobre el vaso dila siete veces: Tú eres vino; no eres vino, sino la cabeza de Atenea. Tú eres vino; no eres vino, sino las entrañas de Osiris, las entrañas de Iao, Pacerbet; Semesilam ōōō ē patachna iaaa. En el momento en que entres en las entrañas de fulana, haz que me ame a mí, fulano, todo el tiempo de su vida” (Papiro VII, 34).

Conjuro de la maga Sira: “Conjuro de Sira de Gádara contra todo tipo de quemaduras. El iniciado en los misterios se quemó, se quemó en el monte más alto. Siete fuentes de lobos, siete osos, siete leones. Siete muchachas de ojos oscuros sacan agua con cántaros oscuros y apagan un fuego inextinguible” (Papiro XX).

Medio de saber mediante un dado si alguien vive o si murió: “Así: Haz que el interesado realice el cálculo en el plato. Que lo llene de agua; añade tú a la cifra que haya salido el número 612, que es el nombre de dios, esto es Zeus, y que reste de esta suma el número 353, que es el nombre de Hermes. Pues bien, si se encuentra una cifra par en el dado, vive; en caso contrario, ha muerto” (Papiro LXII, 2).

Petición de sueños: “Escribe con tinta de mirra en un papiro puro: Te invoco a ti, el que ilumina todo el mundo habitado y no habitado, cuyo nombre tiene treinta letras, en el que se encuentran las siete vocales con las cuales a todo dais nombres. Dioses poderosos, vaticinadme, señores, sobre tal asunto con firmeza y por medio del recuerdo. Señores de la fama, vaticinadme sobre tal asunto esta noche” (Papiro VII, 39).

Práctica para dominar la sombra: “Después de hacer una ofrenda consistente en harina de trigos, moras maduras, sésamo y hierbas que no han tocado el fuego, añádele acelgas y serás el dueño de tu propia sombra, de tal manera que se pondrá a tu servicio” (Papiro III, 8).

Encantamiento amoroso: “Nombre de Afrodita que nadie conoce inmediatamente. Neferieris [de hermosos ojos]: éste es el nombre. Si quieres conseguir una mujer hermosa, purifícate durante tres días, ofrece incienso invocando sobre él este nombre, y acercándote a la mujer dirás en tu interior siete veces el nombre mientras la miras, y así vendrá a ti. Haz esto durante siete días” (Papiro IV, 10).

Para no concebir: “Coge una haba con un insecto y cuélgatela. O toma una haba perforada, átala con piel de mulo y cuélgatela” (Papiro LXIII).




© 2011, Héctor Ángel Benedetti

jueves, 4 de agosto de 2011

Z Club

Entre las tantas historias mal conocidas que tiene el tango, está la de Z Club. Siguiendo las referencias que aportaron los primeros cronistas, habría sido fundado por un escribano: el doctor Esteban Benza, a quien Augusto P. Berto ofreciera su tango Don Esteban. La carátula de la partitura original lo muestra como un respetable letrado ante su severo escritorio; imposible dudar de su circunspección. Entre los primeros afiliados se encontraría un señor Guidobono, quien tres décadas más tarde informaría en una carta a los hermanos Bates que mensualmente aquella institución organizaba bailes exclusivos para sus socios.

Con tales elementos es fácil pensar en Z Club como un distinguido círculo de caballeros reunidos en asamblea para debatir actividades mutualistas, que con regularidad ofrecía correctas reuniones danzantes, quizá en beneficio de obras de enjundia.

Nada más alejado de la realidad. Z Club no era un establecimiento, un lugar físico: era una comunidad reservada a un número preciso de asociados, exactamente cuarenta, entregados a prácticas libertinas. No era la única en Buenos Aires; pero la falta de discreción de sus miembros y un par de tangos dedicados a la cofradía (Atalaya, de Casalins, y sobre todo Z Club, de Mendizábal) hicieron de ella la más famosa de tales alianzas.

Una vez por mes, Z Club alquilaba lugares por una noche (por ejemplo el Salón San Martín, de Rodríguez Peña 344; o alguno de los domicilios de María La Vasca) y armaba una milonga, para la que contrataba prostitutas de la más baja categoría. Entre los cuarenta adeptos había hombres de variada extracción social, incluyendo jóvenes de acomodadas familias del patriciado porteño. Un individuo especialmente importante en Z Club era cierto inspector municipal, en cuyo legajo pesaban reiteradas denuncias por chantaje a dueñas de prostíbulos.

El baile, por supuesto, era la primera parte de una fiesta escandalosa, donde había de todo.

De todo, menos cautela. La información de lo que se hacía puertas adentro empezó a filtrarse. Hacia 1905 algunos periódicos puritanos ya acusaban a Z Club de lo que en verdad era —una hermandad depravada— y esto significó el comienzo del fin. Cabe preguntarse cómo hicieron los periodistas defensores de la moral y las buenas costumbres para obtener ciertos datos con lujo de detalles; pero este es otro asunto.

© 2011, Héctor Ángel Benedetti