lunes, 20 de marzo de 2006

Sobre una referencia latina en J. L. Borges

De la primera edición de El Aleph quedaron excluidos cuatro relatos: “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, “Los dos reyes y los dos laberintos”, “La espera” y “El hombre en el umbral”. Estos, más una “Posdata de 1952”, fueron agregados en la edición siguiente; desde entonces, “El hombre en el umbral”, cuento que contiene la referencia que se analizará a continuación, ha venido ocupando el lugar número dieciséis en el índice. Sin temor a exagerar, puede afirmarse que se trata de uno de los mejores cuentos que se han escrito en lengua española.

En el párrafo inicial, un amigo inglés de Borges y de Bioy Casares invoca cierto pasaje de la sátira X de Décimo Junio Juvenal (la misma sátira que comprende dos sentencias memorables: Panem et circenses y Mens sana in corpore sano, frecuentemente bisadas con ignorancia de su origen). Lo hace confundiendo un adverbio de lugar, error que observa Borges:

Bioy Casares trajo de Londres un curioso puñal de hoja triangular y empuñadura en forma de H; nuestro amigo Christopher Dewey, del Consejo Británico, dijo que tales armas eran de uso común en el Indostán. Ese dictamen lo alentó a menciona que había trabajado en aquel país, entre las dos guerras. (Ultra Auroram et Gangen, recuerdo que dijo en latín, equivocando un verso de Juvenal.) De las historias que esa noche contó, me atrevo a reconstruir la que sigue. Mi texto será fiel: líbreme Alá de la tentación de añadir breves rasgos circunstanciales o de agravar, con interpolaciones de Kipling, el cariz exótico del relato. Este, por lo demás, tiene un antiguo y simple sabor que sería una lástima perder, acaso el de las Mil y una noches.

(Jorge Luis Borges: “El hombre en el umbral”. Publicado originalmente en La Nación del 20 de abril de 1952, sección 2ª)

Así comienza el cuento. Que Mr. Dewey se haya equivocado al principio de sus remembranzas es un hecho de gran interés dentro del argumento: como ha señalado Daniel Balderston, “el error en la cita pone en peligro su autoridad”.

En efecto, Juvenal escribe, iniciando la sátira X, Usque Auroram et Gangen. Rezan los primeros cuatro versos:

Omnibus in terris, quae sunt a Gadibus usque
Auroram et Gangen, pauci dinoscere possunt
uera bona atque illis multum diuersa, remota
erroris nebula.


Juvenal habla en está sátira de “las súplicas siempre inoportunas de los hombres a los dioses” (Heredia Correa). Cínicos, estoicos y epicúreos ya conocían el tema; Horacio (en sus Epístolas) y Persio (en sus Sátiras) ya lo habían tratado. Juvenal no hace más que reincidir, tal vez de manera más admirable, en una costumbre satírica.

Balderston, en cambio, cree ver una alusión a “los que erran cuando van demasiado lejos”, y de hecho hay luego una crítica a las ambiciones de Aníbal y de Alejandro, aunque no parece presentarse como lo principal de esta sátira.

Traducido en prosa, el contexto de la cita de Juvenal es amplio:

En todas las tierras que se extienden desde Cádiz hasta la aurora y el Ganges pocos son los que pueden, alejada la niebla del error, distinguir los verdaderos bienes de aquellos que les son del todo diferentes. ¿Qué cosa, en efecto, emprendemos con tan buenos augurios, que no nos arrepintamos de nuestro intento y de que se haya cumplido nuestro deseo? Los dioses, complacientes, han destruido familias enteras porque ellas mismas lo han pedido. En paz, en guerra se piden cosas que han de perjudicar. Para muchos es mortal la abundancia torrencial de su palabra y su elocuencia; aquel murió por confiar en sus fuerzas y en sus músculos admirables; pero es mayor el número de aquellos a quienes ha estrangulado el mucho dinero reunido con excesivas inquietudes, y una fortuna que sobrepasa tanto a todos los patrimonios, cuanto es mayor la ballena británica que los delfines. Y así en tiempos calamitosos por orden de Nerón una cohorte completa cercó la casa de Longino y los grandes jardines del riquísimo Séneca, y puso sitio al magnífico palacio de los Lateranos. Rara vez llega un soldado a los pisos altos. Si, puesto en camino de noche, llevas unos vasos pequeños de buena plata, temerás la espada y la lanza, y te hará temblar la sombra de una caña que se mueve bajo la luna; el caminante que no lleva nada, cantará frente al ladrón.

(Juvenal: Sátiras. Libro IV, sátira X, 1 a 22)

En estas líneas Juvenal menciona a Casio Longino, Lucio Anneo Séneca y Plaucio Laterano. Las historias de cada uno de ellos pueden rastrearse en los Anales de Tácito.

En la frase “rara vez llega un soldado a los pisos altos” hay una imagen de las insulæ, o casas de vecindad. Estos edificios eran la vivienda característica de los pobres; Juvenal ya sugiere las insulæ en su sátira VII (verso 118) al llamar a un abogado modesto scalarum gloria, gloria de la escalera.

Juvenal acota con generosa aproximación las fronteras del mundo conocido por sus contemporáneos al comenzar diciendo “todas las tierras que se extienden desde Cádiz hasta la aurora y el Ganges”. A casi cincuenta años de la probable publicación de esta sátira, los mapas de Ptolomeo seguían sin alejarse demasiado de la India extra Gangem.

Por eso es tan significativo el error de Mr. Dewey. Al decir “ultra Auroram et Gangen” está recordando un ámbito que los romanos ignoraban: el que iba más allá de la India. Todo lo contrario del “usque Auroram et Gangen” de Juvenal, aún teniendo en cuenta que el Ganges era para el Imperio un concepto más bien difuso.

Los judíos veían en esta corriente, a la que llamaban Ghión, a uno de los cuatro ríos que fluían del Paraíso y oficiaban de puntos cardinales (los otros eran el Indo, el Tigris y el Éufrates). Todavía así figuraba en el mapamundi de Richard de Haldingham, en pleno siglo XIII.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

2 comentarios:

Solidario Alvo dijo...

Héctor, me inspiraste a retomar la lectura de los viajes de Marco Polo. Después te cuento qué surge de este diálogo de Borges con Genghis Kan.

Héctor Ángel Benedetti dijo...

Te envío un cordial saludo; luego contame. Abrazo.