jueves, 4 de marzo de 2010

El medicastro Fernando Asuero

Pocas veces Buenos Aires había estado tan irritada como en aquellos días de 1930. La segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen no cumplía con las expectativas de los ciudadanos, y el fuerte apoyo que le brindaran al principio día a día iba decreciendo. El clima inestable no solo se reflejaba en la política, sino también en las minucias de la vida cotidiana. Y en ese marco de nerviosismo y de peligrosos pedidos de soluciones rápidas, una mañana los porteños desayunaron con la noticia de que había desembarcado en el país un médico español llamado Fernando Asuero, algo así como un Salvador de la Humanidad que llegaba para aplicar un insólito método de curación a todo tipo de enfermos.

Asuero había nacido en San Sebastián, Guipúzcoa, en 1886. Como cirujano, aseguraba que con sutiles incisiones en el nervio trigémino, a donde podía acceder desde la nariz, lograba curar cualquier dolencia. El trigémino es el nervio sensitivo de la cara; Asuero decía que en realidad provocaba todos los males del cuerpo humano y que él podía sanarlos; principalmente la parálisis, la artritis, las hemorroides, la sordera y las úlceras. Para ello punzaba el nervio con agujas o estiletes, obteniendo resultados “completos y definitivos”.

El doctor se convirtió rápidamente en un personaje popular. Su pensamiento se divulgaba gracias a reportajes; su retrato ya circulaba en miles de fotografías firmadas; le dedicaban artículos de varias páginas en Caras y Caretas y sus seguidores brotaban por doquier. LR3 Radio Belgrano propalaba La Hora de la Asueroterapia, animada por la orquesta de Antonio Sureda con el cantor Santiago Devin. En este programa debutó un muchacho que después sería conocido como libretista, pero que por entonces escribía poesías: Abel Santa Cruz.

Mientras tanto, todo el mundo hacía cola en el hotel Español, de Avenida de Mayo al 900, para atenderse con Asuero. Cobraba fortunas.

Pero en los círculos académicos comenzaron a sospechar. Se supo que en el Uruguay le habían prohibido la entrada, y esto ya puso en guardia a los médicos argentinos. Tras unas pocas averiguaciones detectaron que lo de Asuero era un fraude hecho y derecho. Había pasado por Cuba en 1929, dejando un prontuario tan grande como la guía de teléfonos de La Habana. Sus ayudantes eran cualquier cosa menos enfermeros; se recuerda a un tal Gómez Llueca, de hermosa traza de timador, y a una secretaria de apellido Garay, que era directamente impresentable. Las instituciones médicas se cansaban de advertir que lo único que mejoraba el “Método Asuero” era la billetera del doctor.

Desde España, intelectuales como Gregorio Marañón, Pío Baroja y José Ortega y Gasset alertaban que Asuero era un embaucador, y hasta desconfiaban de que realmente fuese médico: sus únicos antecedentes comprobables eran que había sido futbolista y que en las canchas lo apodaban Pistón.

Todo esto del trigémino terminó en un escándalo político que puso al descubierto otro de los flancos débiles de la presidencia. Don Hipólito se emperraba en defender la asueroterapia, mientras que los más destacados científicos locales y extranjeros denunciaban que era un fraude descomunal, y que encima este sujeto ni siquiera estaba habilitado para ejercer la medicina en territorio argentino al no haber revalidado su título (un título, por lo demás, bastante difuso). Cuando se propagó que Yrigoyen sería atendido por Asuero, se agregó otro motivo para las hirientes caricaturas y chistes sobre el gobierno que publicaba el diario Crítica.

Los opositores aprovecharon muy bien estas torpezas. Cuando Asuero informó que le regalaría al presidente su estilete de cirujano, anunciaron que ese estilete no era un aparato quirúrgico, sino una herramienta común que se conseguía en cualquier ferretería de España por dieciséis pesetas.

La autoridad presidencial había caído en un pozo. Asuero atendió a Yrigoyen; apenas terminó la sesión, salió Yrigoyen por una puerta, entró la policía por otra y se llevó detenido al médico. A los tres días lo embarcaron por la fuerza y lo deportaron a España.

Tiempo después publicará un libro: Mi viaje a la Argentina.

En lo que iba de 1930 Asuero había agregado su grano de arena en la alterada política del país, resultando una bendición para la oposición sarcástica.

Por ejemplo, circuló una canción satírica llamada El Cuatrigémino; y también hubo un charlestón que se refería al frustrado viaje de Asuero a Montevideo, diciendo algo así como “A Uruguay, guay, yo no voy, Boy…”

El actor Florencio Parravicini llegó a montar un espectáculo titulado, previsiblemente, Nena tocame el trigémino.


Las orquestas de tango no desconocieron el asunto. Por esos años interpretaban Operate el trigémino (tango de Manuel Colominas), Asuero (paso doble de Juan Caldarella), Asueroterapia (de Luis Amengual)… En estas canciones se recomendaba el “Método Asuero” para curarlo todo; incluso la jettatura.

Semanas más tarde, el 6 de septiembre de aquel fatídico año, una revolución depuso a Yrigoyen. Mucho después, en 1942, allá en España, Asuero tranquilamente murió. Su trigémino nada tuvo que ver con ello.

Alcanzó a editar otro libro para defenderse, Ahora hablo yo, en el que escribió: “[…] mi título es tan bueno como el de los otros médicos, y mi ciencia un poco más eficaz”.

© 2010, Héctor Ángel Benedetti

6 comentarios:

Detmenwoking dijo...

¿De dónde salió esta información? He leído algunos trabajos sobre Asuero y niBeatriz Sarlo, ni Ricardo Canaletti, ni Guillermo Gasió, ni José Carlos Vea Orte dicen que Asuero haya atendido a Yrigoyen.

Héctor Ángel Benedetti dijo...

Estimado Lector: Ese episodio de Asuero e Yrigoyen quedó registrado en los medios periodísticos de la época, que amplificaron la importancia real que tenía porque era un hecho funcional a la prensa desestabilizadora. Cabe aclarar que Canaletti sí lo menciona en un artículo, aunque diciendo que en verdad ocurrió en la Casa Rosada; incluso cita la hora de la entrevista. Muchas gracias; saludo cordial.

Detmenwoking dijo...

Muchas gracias por su pronta respuesta. Sin embargo, me siguen quedando muchas dudas. En el artículo de Canaletti que yo conozco (http://edant.clarin.com/diario/2005/11/17/policiales/g-04801.htm), se alude a una entrevista entre Yrigoyen y Asuero, pero no se sugiere que Yrigoyen se haya sometido al tratamiento. Sé que que los diarios Crítica y El Mundo cubrieron extensamente la visita de Asuero. De hecho el propio Roberto Arlt publicó un artículo anticipando la visita del donostiarra. No me había encontrado antes con ningún artículo que afirme lo que usted expone. Me interesa mucho el tema y, por lo mismo me pregunto ¿podría indicarme usted alguna fuente en la que enterarme de algo más sobre el tema? desafortunadamente, el artículo de Canaletti que encontrén en internet es demasiado breve (aunque es bastante interesante). Parece ser por razones de espacio también que Canaletti omite la discusión acerca de Bonnier (cuya influencia Asuero explícitamente negó en su libro de 1930) y menciones a otros médicos de la época que usaban procedimientos similares.
Gracias por su atención y perdone por las molestias.

Héctor Ángel Benedetti dijo...

No es ninguna molestia, al contrario. Voy a buscar ese material y veré de escanearlo y subirlo. Supongo que el nivel de credibilidad de una fuente contra Yrigoyen en esa época debía ser, por lo menos, dudoso; pero igual vamos a citarlo. Saludo cordial.

Miguel V dijo...

Fernando Asuero y Sáenz de Cenzano nació en San Sebastián el 29 de mayo de 1887, justo 42 años antes de que su nombre se hiciera mundialmente célebre. Procedía de una ilustre familia de cirujanos en la que destacó especialmente su abuelo, Vicente Asuero y Cortázar, que fue catedrático de Terapéutica General, Farmacología y Arte de Recetar, y médico personal del rey consorte Francisco de Asís. Por tanto, no es de extrañar que su nieto Fernando se decantara por esta profesión formándose en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Madrid, primero, y en las de París y Cambridge, después. Quienes lo conocieron aseguran que era un hombre sencillo, humilde, amigo de sus amigos, extrovertido, dinámico y de una extraordinaria vitalidad. “Hombre jovial, siempre de buen humor, que habla a voces, anda a saltos y ríe siempre”, decía de él el periodista José María de Barbachano. Si se mencionan sus cualidades es, en parte, porque todo indica que su revolucionario método de curación precisaba de un fuerte componente psíquico, de una extraña sintonía entre el alma del paciente y la de su doctor. Precisamente, una de las aficiones más conocidas de este personaje era leer sobre lo que en aquel tiempo se llamaban “ciencias ocultas”. En el libro Las curaciones del doctor Asuero, su autor, José Carlos Vea, asegura que a Asuero “el ocultismo y lo paranormal no le eran ajenos, ya que se interesaba por aquellas cuestiones de difícil explicación por parte de la ciencia”. Asimismo, era un apasionado de la cultura china y de sus procedimientos curativos, especialmente de la acupuntura, cuya efectividad comenzaba a ser conocida en Occidente.

Diego dijo...

También visitó Cuba y fue otro desastre, se puso en duda su autenticidad como médico hoy se recuerda con una canción donde lo satiriza, escrita por Miguel Matamoros, se llama "El Paralitico"