jueves, 4 de noviembre de 2010

Madame Blanche

En la Buenos Aires de antaño, lo parisino propiciaba la excitación. Tal gusto debería corresponder al período iniciado con la Olimpia de Manet, prolongado por postales fin de siècle, más tarde sostenido por la mirada sugerente de Michèle Morgan, y después prácticamente anulado por la literatura de Sartre; con un poco más de acotación, puede decirse que su punto álgido fue nuestra belle époque en torno al Centenario, cuando en el oficio del amor el viejo peringundín a la criolla debió competir con la distinguida maison a la francesa.

No tan distinguida, después de todo; al igual que las tradicionales, estas residencias europeizantes (que en realidad no eran muchas) desatendían la ordenanza que prohibía el baile, y organizaban tangueadas en medio de un equívoco concepto de elegancia que consistía en adulterar el ambiente con cualquier vulgaridad. Y por cierto que las pupilas rara vez eran auténticamente francesas.

Un lugar así: el establecimiento de Madame Blanche.

Puede imaginársela como una estereotipada proxeneta gala, irradiando autoridad con su sobrecarga de kilos y de maquillaje y de bisutería. En verdad, nada sabemos de ella; así que lo mismo da esta o cualquier otra imagen.

En cambio, sí se sabe que el suyo no fue ni un “lugar pintoresco”, ni una “casita” o “sitio alegre”, como ha querido vérselo. Lo de Madame Blanche, como tantos lugares clandestinos en donde el burdel alternaba con el baile, fue un antro. Cambió varias veces de domicilio hasta llegar a pleno Centro, en Montevideo 775; en todos, fue un local infeccioso con las peores formas de depravación. Ocurre que Madame Blanche, al igual que su competidora Laura, ponía alfombras, gobelinos, un par de jarrones, y con eso ya fingía cierta categoría; luego, la historia del tango solo anotó el recuerdo de estas fruslerías, y no el hecho de que en sus habitaciones hubiera, por ejemplo, corrupción de menores.

Por alguna razón, las bailarinas que pasaban por allí se volvían muy conocidas. Es difícil determinar el grado de compromiso que tendrían con la casa, porque no era una academia ni un salón de baile ni una confitería: aquello era un lupanar, donde hacerse famosa no era precisamente reflejo de virtud. Las más recordadas fueron Sarita y una tal Juana “La Cívica” (que quizá haya vivido lo suficiente para conocer el voto femenino).

Tuvo pianistas estables, como Enrique Saborido, Samuel Castriota y Alfredo Bevilacqua. Se asegura que fue en lo de Madame Blanche donde Saborido estrenó su famoso tango Felicia, dedicado a la bailarina Felicia Ilarregui, hacia 1907-1908.


© 2010, Héctor Ángel Benedetti

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me causó mucho gracia eso de que la sensualité y el sauvage amour que inspiraba Francia por todos sus poros se terminaron el día que subió a la palestra Jean Paul Sartre.

Coincido en tras los bailes de Laura o de la Morocha se escondían todas las podredumbres del mundo: las manos de Malena frías como palomas, la galleguita sentada triste y solita en un rincón del Pigall, o la mina, o mejor dicho, la minita, que justo a los 14 abriles se entregó a los delicias del gotan…

Pero yo creo que el tango siempre se puso del lado de estas mujeres explotadas, de estas almitas torturadas del tango y la milonga, y en general, también estuvo del lado de la Violetara, para que den vuelta los bolsillos todos los que tengan corazón, o de la pobre fea que anoche se mató, o de la obrerista que tosía y lloraba por el cruel presentimiento.

Como dijo Bevilacqua, en una canción compuesta en plena italia fascista,

"Y pienso en la vida...
las madres que sufren,
los hijos que vagan
sin techo, sin pan...
vendiendo 'La Prensa',
ganando dos 'guitas',
¡qué triste es todo esto,
quisiera llorar! ...".

Marcelo Martínez

Iuri Izrastzoff dijo...

¡Maravilloso texto Héctor! Recorrí esos tugurios del Microcentro (con el texto).

La casa donde vivo fue durante muchas décadas una "casa de citas", frecuentada, según dicen, por políticos e importantes personajes de esos tiempos.

¿Cuándo nos regalás otro artículo para Fervor?

Un abrazo, IURI