La nomenclatura porteña tuvo cierta generosidad con los literatos. Nuestras calles los recuerdan: decenas de nombres de novelistas, cuentistas, poetas, dramaturgos, críticos y ensayistas se desparraman sobre el mapa de la ciudad; la mayoría de las veces, con plena justificación. Pero curiosamente los ediles se han mostrado apáticos con aquellos escritores que alguna vez recibieran el premio Nobel. Ni siquiera hay una calle para quien instituyera el premio. El mismísimo Alfred Nobel recibió su tardío homenaje local en 1972, pero en forma de plaza; una plaza prácticamente secreta de Parque Chas. ¿Qué fue de las calles en memoria de los Nobel de Literatura? Históricamente apenas hubo tres, y hoy solo queda una…
La primera: José Carducci, como homenaje al laureado de 1906. Se trata de la acual y casi escondida Victoriano E. Montes, en el barrio de Saavedra. Giosuè Carducci (1835-1907), autor de las Odas bárbaras, fue elegido por unanimidad; un caso atípico en la historia de los premios Nobel, aunque luego habría de cuestionarse que, por elegirlo, aquel año se pasó por alto a Mark Twain, a Rainer Maria Rilke y a Henry James (quienes nunca habrían de recibir Nobel alguno). Fuera de Italia, Carducci solo fue popular en la Argentina; evaporada esta fama, en 1944 un decreto lo borró.
También desapareció Benavente, el Nobel de 1922. Ya que no en la literatura, al menos en la topografía porteña Benavente era vecino de Carducci: era su calle paralela. Jacinto Benavente y Martínez (1866-1954) obtuvo el galardón luego de que la Academia ignorara a James Joyce (“¿Joyce? ¿Quién es Joyce?”, respondió un secretario en 1946, cuando alguien consultó acerca de esta omisión). Y como pasó con Carducci, también en 1944 a Benavente también se le cambió el nombre, aunque por un decreto distinto. Hoy Benavente se llama Juan Sebastián Bach.
Mejor suerte tuvo Gabriela Mistral, premiada en 1945. Su calle, que atraviesa Villa Devoto y Villa Pueyrredón, era antes Tequendama, que evocaba la gran cascada de Colombia. Por una ordenanza de 1961 se sustituyó este nombre por el de Mistral, pseudónimo de la poeta chilena Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga (1889-1957). Su premio esconde detrás una historia “política”. Los candidatos firmes para aquel año eran Jules Romains, Benedetto Croce y Hermann Hesse; pero un miembro del jurado, entusiasmado por los versos de Mistral, los trasladó al sueco para presionar a favor suyo. Resultó elegida: no podían desairar al académico traductor…
Y con ella, tan temprano, se cierra la lista de los Nobel de Literatura en las calles de nuestra ciudad. Nunca hubo una avenida Kipling, ni un pasaje Tagore, ni un boulevard France. Tampoco existió una calle Pirandello, una cortada Hemingway o una diagonal Neruda. Jamás alguien pudo leer en Buenos Aires chapas enlozadas de color azul con los apellidos Bergson, Mann, Gide, Beckett o Shaw.
Al momento de escribir estas líneas, más de cien autores fueron premiados con el Nobel desde aquel lejano primer otorgamiento de 1901 (a Sully-Prudhomme). Algunos, francamente discutibles; otros, en cambio, bien merecidos. Estos últimos, ¿dónde están? Argentinos, ya sabemos que no hubo; pero no importa: tampoco se demostró una gran solidaridad con la América hispana, ni con el idioma en general.
Es cierto que también faltan varios otros nombres destacados de nuestra historia, nuestras artes y nuestras ciencias. La ausencia de los Nobel ha sido, en todo caso, un descuido literario.
© 2011, Héctor Ángel Benedetti
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