Con alguna frecuencia se lee o se escucha la expresión “baile de formativo”, aplicada a un viejo bailongo. La palabra formativo, por sí sola, nada explica; pero hasta bien entrado el siglo XX correspondió a un concepto muy claro y que todos entendían.
Formativos eran los bailes que se organizaban, un poco despreocupadamente, en patios traseros de casas particulares o de negocios. Era raro hallarlos por el Centro; por lo general estaban en los barrios. El dueño de casa disponía que un día determinado hubiera baile en los fondos de su domicilio; apalabraba a unos músicos conocidos y el chismorreo de los vecinos hacía el resto. En ocasiones perduraban, se volvían periódicos y adquirían un modesto renombre entre los bailarines de arrabal, que ya sabían que tal día de la semana, a tal hora y en tal dirección, al final del pasillo de la vivienda encontrarían un buen esparcimiento. Los interesados contribuían con unos centavos para los artistas y para la casa.
Un ejemplo: el Almacén de la Viuda, en Humahuaca y Gallo, allí donde Almagro se confundía con Balvanera y a nadie le importaba porque para todos eso era el Abasto. La parte trasera del local daba a un patio en el que habitualmente se bailaba. A mediados de los años diez lo animaban los hermanos Pizarro; en especial Manuel (1895 – 1982), lejos todavía de sus triunfos en Europa.
Porque para los formativos se reclutaba a los músicos más jóvenes y que todavía estaban en preparación: aquí ya empieza a entenderse el por qué de la palabra (la formación en el sentido educativo para el músico, y la formación en el sentido organizativo para el baile). Un intérprete experimentado cobraba más caro; el neófito, que necesitaba “foguearse” para su futura vida profesional, se arreglaba con la humilde recaudación del baile de patio. E iba aprendiendo los pormenores de una orquesta típica, sacando tangos bajo las mínimas directivas de otros compañeros que apenas si sabían un poco más. Hermanos, tíos o amigos con algún conocimiento de piano o guitarra completaban aquellos simpáticos conjuntos.
El bandoneonista, compositor y director Gabriel Clausi (1911 – 2010) ha contado un episodio que le ocurriera en un baile de formativo a comienzos de los años veinte, cuando aún era adolescente. Fue cerca de Asamblea y Riglos; su hermano Luciano lo había convencido para reforzar una orquestita. En lo mejor de la milonga estalló una pelea, y de las peligrosas. Por precaución ordenaron a Clausi que se fuera a su casa; este dejó su bandoneón (que en realidad no era suyo, sino prestado) pensando que luego se lo alcanzaría alguno de los mayores. Lo esperó toda la vida.
© 2012, Héctor Ángel Benedetti
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