sábado, 12 de mayo de 2012

Apuntes poligráficos de pequeños viajes

Un molusco hallado en Pichaihue
Está fosilizado. Millones de años atrás fue un bivalvo; hoy es una pequeña roca.
En 1997 fue encontrado cerca del arroyo Pichaihue, aunque nunca habitó en él: su verdadera casa fue el océano. Un mar que el molusco abandonó al emergir la cordillera. Y allí quedó, entre las montañas, confundido como una piedra más. Se asemeja a una ostra, con los carapachos cerrados para toda la Eternidad. Sus estrías parecen un collar de perlas con muchas vueltas.
También hay caracoles petrificados por el Cajón de Almaza.
El de Pichaihue volverá al fondo del mar el Día del Juicio, por la tarde.

Lectura frente al río Areco
En un comercio de la calle Alsina, en San Antonio de Areco, compré una edición de Don Segundo Sombra, de Güiraldes.
Fui a leerla a la ribera, bajo la sombra de los árboles; allí, acompañado por el murmullo de la corriente, sentí una emoción indescriptible con el primer párrafo: “En las afueras del pueblo, a unas diez cuadras de la plaza céntrica, el puente viejo tiende su arco sobre el río, uniendo las quintas al campo tranquilo”. Emoción —insisto— porque frente a mí tenía exactamente aquel paisaje. Unos metros a la izquierda estaba el puente colorado y el camino hacia La Porteña, la estancia del escritor.
Güiraldes fechó su obra en marzo de 1926; yo encontraba que ochenta años después casi nada había cambiado en aquel sitio, y que solo faltaba que ladrasen los perros de entonces (Centinela, Capitán, Alvertido) o que alguien cruzara rumbo al almacén de La Blanqueada.

Repetición de una roca
Desde una de las Siete Cascadas, en Caviahue, puede verse sobre una formación basáltica una roca de igual perfil a otra que está en el cabo de Creus, en Gerona. Allí, entre la bahía de Rosas y el puerto de la Selva, el cabo determina el punto más oriental de la costa de España; en Neuquén no es hito alguno, sino solo un panorama que puede resultar indiferente para quien no conozca de antes el del Mediterráneo.

Piruco
Es sobre el camino de tierra que lleva de Rojas a La Beba.
No tiene ni una casa cerca, pero el Ferrocarril Central de Buenos Aires tuvo allí una parada (que en sus últimos días se llamó “Kilómetro 234”) que atendía al entorno rural. De esta, apenas quedan unos pocos restos de pared desperdigados en medio de un tupido malezal.
El ferrocarril desapareció. Los arbustos taparon la zona casi por completo, y ya no hay ni rastros del galpón que, según un manual de 1915, debió existir allí.

Mañana gris
Llegué a San Miguel del Monte en la noche del viernes 16 de marzo de 2006, y tras cruzar por todo el centro busqué mi hospedaje sobre la calle Santos Molina. En cierta parte de un relato que escribiera años atrás, yo mencionaba esta calle de Monte; la verdad es que solo la conocía por planos: nunca antes había estado allí. Y resultó ser tal como la imaginaba. Pero más todavía, porque la antigua casona se parecía mucho a la residencia donde transcurría una parte fundamental de la ficción: incluso tenía un patio central con un aljibe, como en mi novela.
El sábado desperté temprano, con muchas ganas de visitar los puntos notables de la localidad. El primero: la laguna. Había lloviznado toda la noche y el cielo aún estaba plomizo; el viento traía un poco del rocío de las olas, que mecían a los juncos de la ribera. Unas aves en grupo se empeñaban en gritar ante mi presencia (yo era el único paseante a esa hora); las glorietas rojas y los asientos blancos estaban completamente vacíos con ese día tan gris.

Las dos de la tarde
Episodio de infancia en Punta Colorada, departamento de Maldonado, en el Uruguay; donde un bisabuelo mío tenía una casa frente al mar. Las rocas de la costa, por ser ferrosas, están teñidas de rojo: de ahí viene el topónimo.
Recuerdo que una tarde bajé a la playa a recoger mejillones. Buen rato estuve haciéndolo. Al salir, alguien señaló mis pies: sangraban, dejando sobre la arena rastros carmines que repetían el color de las rocas. Recuerdo también que quedé parado bajo el sol, en la playa casi desierta, contemplando mi sangre, sin dolor y en silencio.

© 2012, Héctor Ángel Benedetti

2 comentarios:

Pedro dijo...

Muy lindos.

Pedro dijo...

Muy lindo.