Entre 1887 y 1966 discurrió la luminiscente vida de Emilio Lascano Tegui (Lascanotegui en realidad), hombre de letras que hacia 1909 comenzó a firmar anteponiendo un título ficticio de vizconde.
Concepción del Uruguay fue su cuna. Cierto azar administrativo (trabajaba en la Oficina Internacional de Correos) lo puso a recorrer Francia, Italia y el Norte de África; en esas tierras descubrió el hechizo de la poesía. Conoció a Apollinaire y a Picasso, con quienes trabó amistad. En Montmartre se hizo pintor: llegó a exponer junto a Utrillo y Modigliani. Los años de la Gran Guerra lo encuentran en París como mecánico dental, hasta que es designado canciller de segunda clase por recomendación de Marcelo T. de Alvear.
Pero más que las prótesis o la diplomacia, las pasiones del Vizconde eran la literatura, la pintura y el arte culinario. Un cronista le apunta cierta curiosidad que dataría de varios años antes: en Plaza Lavalle, siendo orador por la Unión Cívica Radical, se le ocurrió improvisar un discurso político en versos octosílabos.
Desde entonces, la mayor parte de su tiempo la dedicó a satisfacer su exuberante numen literario. Como se observará luego, el género que mejor le cuadraba era —sin dudas— la poligrafía.
“He dicho que escribo por pura voluptuosidad. Y como una cortesana, en este sentido, he tirado la zapatilla”. Estas palabras del Vizconde de Lascano Tegui son una definición perfecta para la muestra que sigue. Se omiten deliberadamente muchos textos, por lo que apenas será una pálida muestra de su producción; pero entre los que mejor representan su carácter están:
La sombra de la Empusa. Su primer libro de poemas (1910), que despertó el aplauso de los vanguardistas y la reprobación de Lugones. Pocos lo reconocen, pero prefiguró la renovación estética de los años veinte.
El libro celeste. Un volumen desconcertante: comienza hablando de la Patria y termina con una catalogación de piedras semipreciosas, pasando por un análisis de las etimologías de Isidoro de Sevilla.
La esposa de Don Juan. Obra de teatro cuyo original se perdió al incendiarse el camarote de un barco que lo traía a Buenos Aires, tras retirarse como cónsul de tercera clase en Los Ángeles.
Mis queridas se murieron. Complicada reunión, típica en un enciclopedista como él, de artículos en publicaciones periódicas: Caras y Caretas, Patoruzú, Imán, Plus Ultra, etcétera.
Vía Láctea de polillas. Ensayo inédito y presumiblemente perdido. Se conservaba en una habitación clausurada de un departamento de la calle Paraná, junto a otros escritos.
Cuando La Plata era señorita. Título mencionado en su testamento hológrafo.
De la elegancia mientras se duerme. El gran clásico de Lascano Tegui. Se trata de una novela disfrazada de diario íntimo. Fue publicada en 1925.
Muchacho de San Telmo. Una colección de poemas en donde evoca, entre otras cosas perdidas, su propia infancia. Es su último libro editado (1944); a partir de este solo publicará en revistas.
Mujeres detrás de un novio. Poco se conoce de este escrito, salvo que estaba concluido al momento de fallecer su autor.
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Por lo visto, cualquier balance de su vida pecaría de solapado, ya que lo curioso de este hombre es que no perteneció a la fantasía de un novelista afiebrado. La lista de sus obras no fue concebida para dar atmósfera a un relato. ¡Nada de esto! Muy por el contrario: lo único falsificado en Lascano Tegui fue su título de vizconde; todo lo demás existió.
Hoy pueden (y deben) asombrar la inventiva de Macedonio Fernández, la heterodoxia de Xul Solar o la erudición de Jorge Luis Borges. Sin embargo, el olvidado autor de La sombra de la Empusa fue la síntesis de todos ellos y de muchos otros también, y a ese estado llegó antes y por sus propios medios. “Tengo la pretensión de no repetirme nunca, de no pedir prestado glorias ajenas”, declaró en una oportunidad; “la pretensión de ser siempre virgen, y este narcisismo se paga muy caro: con la indiferencia de los demás…”
El Vizconde de Lascano Tegui murió en Buenos Aires el 23 de abril de 1966. A veces reaparece su nombre en alguna amarillenta ficha de biblioteca.
© 2010, Héctor Ángel Benedetti
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