jueves, 16 de febrero de 2012

El terror en el tango

Antaño solía hacerse de la valentía un culto, donde el miedo tenía prohibida la entrada. Pero hasta el más guapo amainó junto a las ochavas cuando debió hacerse frente a él mismo y a su propia historia.

En el tango, el temor más fuerte, el que aparece con mayor frecuencia y es merecedor de los ademanes más aterrados, es el que se tiene al pasado. Miedo al reencuentro con otro o con uno mismo; a repetir las mismas situaciones, a empezar de nuevo. Es curioso: no existe (que yo recuerde, al menos) un solo poema de tango que hable de Pitágoras, pero se admite –y se teme– su teoría del tiempo cíclico: los acontecimientos se reiteran, la historia vuelve una y otra vez. Sin embargo, antes que asombro, el eterno retorno provoca espanto; débil es la carne y, humana al fin, la personalidad tanguera teme tropezar con los mismos errores cometidos otrora. No es una exageración, y no está de más repetirlo: en el tango, el miedo más común es el miedo a volver.

Perdidas aquellas demostraciones de hombría de los tangos primitivos, el individuo de los poemas posteriores a Contursi no duda en admitir que es temeroso, y la mayoría de las veces su miedo gira en torno a su historia, que amenaza con repetirse. “Tengo miedo de quererte y de volver a empezar” (declara el tango Tengo miedo, de Flores); “Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida” (confiesa Volver, de Le Pera). Difícil no imaginar al intérprete, colmado de patetismo, gesticulando un vade retro ante su propio ayer.

Fuera de esta causa, que ha sido explotada por la psicología, en el tango aparecen miedos a fantasmas (admisibles en tangos de ambiente folklórico, como ocurre en Cruz de Palo o en El Zonda); y también medios a una biaba de padre y señor nuestro (allí donde el poeta se ocupa en descalificar a un matón, como pasa en Malevaje o en Mandria). Otros miedos no hay, salvo que se intente un análisis de tipo freudiano y surjan cientos y cientos de fobias con solo leer entre líneas.

Los mecanismos del miedo en el tango son, por lo antedicho, engranajes complicados capaces de asustar los más íntimos resortes.

Un señor ruega por el milagro de volver al pasado, para repetir cierta situación y así modificar su futuro. De pronto se le concede este derecho y ¡sorpresa!, escapa cobardemente. El milagro se ha cumplido, pero es un acto sobrenatural; por lo tanto, provoca horror. Ante esta posible desesperación, se opta por rechazar el milagro, como ocurre en el tango Por dónde andará, de Supparo. El protagonista es un hombre que se pasa cinco sextas partes del tango suplicando el retorno de un antiguo amor. Cuando éste está por aparecer, faltando solo cuatro versos para el final, el hombre le dice que mejor no, que no vuelva nada…

Los más célebres creadores de la literatura de terror (Poe, Lovecraft, Shelley) lograban sus climas con artificios tenebrosos, donde el espanto era una lógica inevitable. Los autores del tango, con sus módicos y efectivos recursos, para insuflar el miedo a sus criaturas empleaban el pasado a la vuelta de la esquina.


© 2012, Héctor Ángel Benedetti

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