En un día como hoy, pero hace exactamente un año, a pesar de las quejas del gremio gráfico se terminaba de imprimir este libro. "¡Cinco siglos y medio desde Gutenberg, para llegar a esto...!, decían.
© 2012, Héctor Ángel Benedetti
Historias subsidiarias, libros que pocos recuerdan, pequeños hallazgos y, de vez en cuando, algunas ficciones.
Antaño era bastante común que diarios y revistas trajeran una sección dedicada a resolver los problemas de sus lectores. También había programas radiofónicos sobre ello. La gente enviaba cartas, por lo general bajo pseudónimo, solicitando un consejo; la mayoría tenía que ver con problemas sexuales entre marido y mujer, infidelidad entre los esposos, problemas con los suegros, adolescentes quejándose de sus padres, amor entre adolescentes, soledad, problemas de aspecto físico, muchachas embarazadas, problemas laborales, adicciones. Así, las preguntas más frecuentes eran, por ejemplo, “mi marido no me comprende”, “mis padres no confían en mí”, “mi novia quiere casarse pero yo no estoy preparado”, “mi novio insiste en que le demuestre mi amor”, etcétera.
Con alguna frecuencia se lee o se escucha la expresión “baile de formativo”, aplicada a un viejo bailongo. La palabra formativo, por sí sola, nada explica; pero hasta bien entrado el siglo XX correspondió a un concepto muy claro y que todos entendían.
Jorge Luis Borges, en un conocido párrafo de su cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (revista Sur, año 10, nº 68, mayo de 1940), dice:
Pero la verdad histórica pareciera ser distinta de la que narra Heródoto. La Inscripción de Behistun, esculpida en una roca por orden del rey persa Darío para perpetuar sus hazañas, informa el episodio dándole el nombre de Bardiya al hermano de Cambises (el “auténtico” Esmerdis) y Gaumata al mago (el “falso” Esmerdis, el impostor):
* Vuestras madres han traído al mundo hijas delicadas.
Uno de los principales mitos ciudadanos cuenta que la alta sociedad porteña desdeñó el tango hasta bien entrado el siglo XX. Hoy puede dudarse y hasta desmentirse que esto haya sido efectivamente así: numerosos testimonios de época autorizan a creer que tanto la aristocracia como el vulgo compartían su gusto por esta música y su baile. Pero había ciertos reductos a donde damas y caballeros de abolengo no se animaban a entrar. Ni siquiera se acercaban: allí, la sola presencia de un “niño bien” de cuello duro y zapatos con polainas era una provocación.
I.- P. T. Barnum, fabricante de circos. Además de las décadas de diversión que aportó, del impacto que tuvo su obra en la idiosincrasia del pueblo norteamericano, y además aún de su propia figura, entre el legado de Phineas Taylor Barnum se atribuyen por lo menos tres frases célebres. La primera, “Cada minuto nace un candidato”, pasa por apócrifa; quizá porque candidato (que en su equivalente del slang designa a quien se deja engañar con facilidad) comenzó a usarse cuando Barnum hacía ya un lustro que descansaba en paz. La segunda frase, “A los americanos les gusta ser engañados”, en cierto modo revela su secreto profesional, su enorme éxito, perpetuado (y agrandado) por el recuerdo y el cinematógrafo. La tercera y última frase es un resumen de su modo de ver las cosas. En ocho palabras, Barnum dejó a la historia del espectáculo una regla de oro, un principio de ingenua perversión: “Toda multitud tiene un revestimiento interior de dinero”.
II.- El legado inaplicable. Los objetivos de Hans Stosch-Sarrasani eran tan distantes de los de Barnum, que de ser contemporáneos difícilmente hubieran competido.
III.- La caravana pasa. Sarrasani no solo fue testigo de la historia de Alemania, sino que fue víctima de la historia del mundo. Basta una módica cronología para afirmar esta observación.
IV. Alter Orbis. En los programas de mano, en los afiches y en las calcomanías prevalecía siempre una constante: Südamerika. Varios letreros de la época gloriosa promocionaban un paisaje a lo Humboldt, con la consabida vegetación exuberante, los animales salvajes y los rostros del Amazonas. Sarrasani presentaba todo aquello que esperaban ver los jóvenes alemanes, consumidores de novelas de aventuras de Karl May como Am Rio de la Plata, en la que se fabulaban peligros selváticos inverosímiles para estas latitudes.
Antaño solía hacerse de la valentía un culto, donde el miedo tenía prohibida la entrada. Pero hasta el más guapo amainó junto a las ochavas cuando debió hacerse frente a él mismo y a su propia historia.
Despachados con displicencia todos los escritores previos a Dante, la cátedra entera se abismaba en lo más profundo del sistema penal descripto en la primera parte de la Commedia. Vidart explicaba con entusiasmo la Italia del siglo XIV, las disputas entre güelfos y gibelinos, la teología dantesca, la topografía de valle cónico del Infierno y la colocación en él de ciertos nobles florentinos. Ríos asimilaba todo con un interés genuino; se horrorizó de verdad ante el relato del suplicio de Perilo, el artífice ateniense, en su propio toro de bronce. Pero un día tuvo un sobresalto por una frase que dijera el profesor: este aseguraba que el principal problema que había tenido Dante para su difusión en nuestra tierra, había sido la traducción de Mitre. “Es tan mendaz como la historia argentina que nos legó”, agregó, tal vez innecesariamente.
—Desde la primera línea ya se comprueba esa preocupación de Mitre por diferenciarse de Pezuela, y digámoslo de una vez: los pertrechos de Mitre son infantiles. Pezuela anota: por mí se va a la ciudad doliente. Puesto así, el endecasílabo es correcto. Pero Mitre desatiende el hiato, teme el diptongo y por precaución introduce una coma: por mí se va, a la ciudad doliente. En el verso siguiente, Pezuela pone una sinalefa: por mí al abismo del tormento fiero. Mitre prefiere repetir su propio juego y cae en una trampa: por mí se va, al eternal tormento. Otra coma sin sentido, a imagen y semejanza de su verso anterior. Y a pesar de ello no se conforma. Pezuela después dice: por mí a vivir con la perdida gente; Mitre, por tercera vez, trae la coma (y aquí sí que ya es totalmente prescindible): por mí se va, tras la maldita gente. Ambos traductores continuarán batiéndose durante unas sílabas más, hasta que por fin Pezuela anuncia: el poder que a todo alcanza, el saber sumo y el amor primero. Mitre, ante esta secuencia de atributos, pierde la cabeza y replica: la divina gobernanza, el primo amor, el alto pensamiento. ¿Podemos justificarlo? Decir que tratándose de un poema italiano es inevitable que se filtren italianismos, puede ser cierto; sin embargo, no alcanza para dispensar eso del “primo amor”. Y aún así, tiene suerte: la frase se entiende fácilmente. Cosa que no ocurre con el próximo verso. Veamos por qué. Allí donde Dante puso dinanzi a me non fuor cose create, Pezuela (acosado por la métrica y la rima) resuelve anotar: antes de yo existir no hubo creanza. “Creanza”, una palabra inadmisible para la Academia, pero que remite al lector, directamente y sin dejarle dudas, a “creación”. Mitre, en cambio, traduce: antes de mí, no hubo jamás crianza. “Crianza” pasaba antiguamente por “criamiento”, que a su vez era arcaísmo de “creación”; Mitre escribe en una época en que ya no hay necesidad de semejante término, pero el general todavía está habilitado y se aprovecha de ello. Desconociendo el recto sentido del original dantesco, luego de leer “no hubo jamás crianza” uno tiende a pensar que no había nodrizas.