sábado, 2 de marzo de 2013

Literarias recientes, III


Suelen conmovernos las historias de escritores que con o sin razón han vivido una temporada en la cárcel. Apenas si nos planteamos el aspecto legal: la imagen más fuerte casi siempre es la celda, y en un rincón de ella nuestro creador (que puede ser Polo, Villon, Cervantes, Voltaire, Lovelace, Defoe, Pellico, O. Henry, Wilde, May o Gramsci) arreglándoselas para escribir e incluso publicar. Ni hace falta aclarar que, en sus días, ellos hubieran esperado de nosotros la urgente revisión de sus procesos; y no que los viéramos como los vemos hoy, convertidos en una anécdota ilustrada. Puesto a hacer una estadística, Vincent Starrett (en Books Alive, Random House, 1940) llegó a la conclusión de que la mayoría de los escritores encarcelados lo fueron por crímenes políticos, unos pocos por robo o asesinato, y ninguno por piromanía o secuestro.

Cambia la cosa cuando la condena no debe cumplirse en la penitenciaría. Pleitos de los que ni siquiera nos enteramos desbordan los tribunales y consumen más papel que las obras completas de Dostoyevski (por mencionar otro autor que tuvo problemas con la justicia). Sabemos de ellos cuando el caso, escándalo de por medio, se vuelve demasiado público; si no, pasan desapercibidos. Sus causas son otras: con frecuencia el plagio, la difamación, el reclamo de derechohabientes, la clandestinidad editorial.

Motivo más insólito es querellar para conseguir simplemente la cancelación de noventa años de historia. Y sin embargo…

Supongamos una revista; una revista identificada con lo literario, de remota antigüedad. Comenzó a publicarse cuando el cine era mudo, la radio recién empezaba y el teatro aún era en blanco y negro. Algunos de sus colaboradores originales hoy son nombres de calles; esto, para hacerse la idea de cuántos años hace que existe. La revista tuvo tres épocas, claramente diferenciadas. La primera, con carácter de manifiesto, se extinguió pronto; fundamentalmente, por la salud de las suscripciones. La segunda, un poco más reflexiva y con mejor financiamiento, duró un poco más. La tercera etapa —la más prolongada— al momento de escribirse estas líneas había alcanzado un estado de serena e impecable madurez. Ya nadie quedaba vivo de la revista fundacional, aunque de alguna manera todos los grandes nombres de ayer seguían presentes.

Una pena que también se presentase cierta sucesión, recordando tener derechos sobre la marca. ¡Ah, los bufetes ladinos…!

© 2013, Héctor Ángel Benedetti