jueves, 29 de junio de 2006

Biografía de Enrique Carbel, cantor de tangos

Hubo dos “Pacho” en la historia del tango. Uno fue el bandoneonista Juan Maglio; cimentador de la orquesta típica y clásico referente de la Guardia Vieja. El otro, que triunfara en el mismo género treinta años después, cuando aquel estilo de Maglio ya estaba definitivamente extinguido, fue el cantor Enrique Carbel.

Nació en Chamical, provincia de La Rioja, el 3 de diciembre de 1917. Se lo bautizó como Efraín Enrique Ramón Francisco Pedro Javier Barbell. Algunas fuentes lo dieron como nacido en 1918 —fecha inexacta— en Gobernador Gordillo; lo real es que decir uno u otro topónimo era referirse a un mismo sitio, pues Gobernador Gordillo era el nombre que tenía la estación del ramal de Ferrocarriles del Estado que pasaba por Chamical.

Al cumplir once años, y recién terminada la escuela primaria, Enrique fue enviado por su padre, don Sabas Barbell, a Buenos Aires; no existía entonces en Chamical un establecimiento de enseñanza secundaria, y la idea era que el pequeño continuase sus estudios en la capital. Fue a vivir con su abuela Mariana. Hacia esta época Enrique ya poseía interesantes condiciones como cantante, pero su auditorio no pasaba de un grupo de amigos de su misma edad. Por mero azar sería descubierto para dar comienzo a su carrera.

En efecto, se encontraba con unos compañeros en Plaza Italia, cantando “para ellos” y quizá como parte de una simple demostración de adolescente, cuando pasó casualmente por allí el actor Silvio Spaventa, quien formaba una exitosa pareja radiofónica con su esposa Susy Kent. Spaventa conducía por LS3 Radio Mayo una audición llamada Papel Picado, dedicada enteramente a los niños; al escuchar cantar a Enrique, le pidió que se presentase urgentemente en los estudios para una eventual incorporación al elenco. Y así fue.

Para 1936 ya estaba frente a los micrófonos de LS8 Radio Stentor como cantor de tangos aunque, como se verá más adelante, era lo suficientemente dúctil como para que en su repertorio conviviera la música ciudadana con canciones criollas y boleros.

En 1937, cuando aún no tenía veinte años, obtuvo por gestiones de Pablo Osvaldo Valle un pase a la atractiva LR1 Radio El Mundo; esa especie de Meca, junto a LR3 Radio Belgrano, para cualquier artista popular. Se quedaría en esta emisora hasta fines de 1944. En este proceso su nombre real se había reducido y vuelto más eufónico, cambiándose por un más “artístico” Enrique Carbel. No era demasiado frecuente que lo identificaran como “Pacho”, el apodo familiar; más común fue que lo llamasen “El Jilguero de los Llanos”.

Compartiendo escenarios con figuras como Hugo del Carril, Agustín Irusta, María de la Fuente, Oscar Alemán, Oscar Ugarte, Ciriaco Ortiz y el dúo cómico Paquito Busto & Encarnación Fernández, visitó importantes ciudades del país (Mendoza, Rosario, Mar del Plata…) en “embajadas artísticas” organizadas por la misma emisora. El 29 de octubre de 1937 llegó a grabar un estribillo con la orquesta de Juan D’Arienzo: el tango Paciencia, de D’Arienzo y Gorrindo (disco Victor 38.305), que poco después se convertiría en un gran éxito en la versión de Agustín Magaldi.

Como cantor solista Carbel dejó cuatro canciones, de las que se publicaron únicamente dos y las restantes aún permanecen inéditas, siendo probable que se hayan perdido definitivamente tras alguna “limpieza” de archivo. Las editadas fueron Charlemos, de Rubistein (matriz 39.856), y En un beso, la vida, de Di Sarli y Marcó (matriz 39.857), que aparecieron en el disco Victor 39.270. Se grabaron el 21 de abril de 1941. Si bien no figuró detallado en la etiqueta, el acompañamiento en ambos temas estuvo a cargo de un conjunto dirigido por Horacio Salgán.

En este mismo año intervino en la película Fronteras de la ley (dir.: Isidoro Navarro) junto a Juan Sarcione, María de la Fuente, Enrique García Satur, Enrique Zingoni, Rosita Crosa y Víctor Eiras. Trataba la historia de un delincuente apodado “Cabeza Rota”, siendo clarísima la alusión al famoso gangster “Mate Cosido” de la vida real, cuyas andanzas todavía estaban frescas. Carbel protagonizó a uno de los integrantes de la banda, a la vez que cantor. El film se estrenó en la sala Melody el 4 de abril, con aplausos más bien aislados. “De escasas pretensiones y realización primitiva”, llegaría a decir la crítica del Heraldo del Cinematografista.

El 3 de noviembre de 1943 grabó nuevamente para Victor otros dos tangos, que como quedó aclarado nunca se habrían de publicar: Pobre Fan Fan (matriz 77.345) y A bailar (matriz 77.346). Es de lamentar esta pérdida, que impide hoy apreciar la evolución del cantor y también veda la posibilidad de conocer su versión solista del notable tango A bailar, de Federico y Expósito.

Entre las canciones que tuvo en su repertorio se recuerdan Cuando lloran los zorzales, la zamba Mama vieja y el bolero Perfidia (“Mujer, si puedes tú con Dios hablar…”), que según algunos memoriosos lo hacía a la perfección.

Incursionó como compositor (era muy buen guitarrista) dejando algunos títulos no muy difundidos y que merecerían una revisión: Solo una vez (letra del poeta Ricardo Olcese), Linda correntina (con Juan Sarcione), Mujer, Noviecita (ambos sobre versos de Víctor Álvarez) y la canción Perdona, mujer, dedicada a quien fuera su esposa: Rosa Glinsky, de nacionalidad checoeslovaca. Entre otras obras suyas (Alicia, No hay nada que hacerle, Risa cruel, etcétera) destacó el vals A mi Rioja, con letra de Víctor Álvarez, que comenzaba diciendo:

“Lejanas visiones de cielos azules
que altivas montañas pretenden tocar,
nostálgicos cantos que envueltos en tules
de viejos recuerdos hoy vuelvo a escuchar…”


Era la añoranza permanente por su provincia natal; y es fama que en la cima de su popularidad solía regresar periódicamente a La Rioja para hacer recitales a beneficio. Gracias a uno de ellos, organizado por el P. Bernardino Gómez con la colaboración de Ángel V. Carrizo, pudo fundarse la Banda Infantil de San Francisco. Como recordó en una crónica el periodista Ricardo R. Quiroga, “…la gente presente en la sala deliraba, premiando con el aplauso sincero e insistente cada ofrenda del artista, que fueron en total dieciséis piezas que Carbel cantó sin micrófono por su capacidad pulmonar y el volumen y caudal amplio de su voz.”

Podía decirse que la carrera del muchacho estaba en su punto máximo, y a pesar de no ser requerido con frecuencia por las empresas grabadoras, su pronta consagración le auguraba una interesante sucesión de triunfos. Pero afectado por una repentina y fulminante dolencia, debió ser internado en el Hospital Militar de Buenos Aires, falleciendo allí el 29 de noviembre de 1945. Faltaba menos de una semana para que cumpliera veintiocho años.

Enrique Carbel, “El Jilguero de los Llanos”, se eternizó así, para siempre joven, como un artista de vida breve e intensa.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti.

lunes, 12 de junio de 2006

Lucas Horenbout

(Escrito por Guada Aballe para El Sextante de Hevelius).

Entre los pintorescos personajes que vivieron en la corte del rey Enrique VIII de Inglaterra figura el miniaturista Lucas Horenbout.

No es tan conocido como otros; entre tantos nombres que hoy son leyenda, el de Lucas Horenbout pasa desapercibido. Hoy diríamos que tenía “perfil bajo”. En realidad cumplía su trabajo y tuvo la habilidad de no involucrarse en intrigas raras.

Hans Holbein fue quien quedó inmortalizado como “el pintor de Enrique VIII” no solamente porque su arte excedía a todos, sino también porque su nombre aparece vinculado a episodios que ya son míticos en la antología Tudor: Holbein fue quien hizo el famoso retrato a Ana de Cleves que tanto conflicto trajo después cuando al rey no le gustó la dama (costándole la aventura la cabeza a Thomas Cromwell, que fue quien tuvo la idea de buscar princesas extranjeras). Además, la caída de Cromwell le causó a Holbein la pérdida del favor del rey, y por dos años estuvo sin recibir comisiones reales. Y existen evidencias para sospechar que Holbein trabajó como espía de Cromwell retratando a aquellos sospechados de lealtad dudosa: no es casualidad que pintara retratos a personas de las que Cromwell necesitaba información (como George Neville, Nicholas Carew o John Russell).

Lucas Horenbout tuvo una vida, al parecer, más tranquila. Y estaba en la corte con anterioridad a Holbein.

Alrededor de 1524 el artista Gerard Horenbout y sus dos hijos, Lucas y Susanna, llegaron a Inglaterra provenientes de Gante tal vez por invitación del rey. Horenbout era amigo de Albrecht Dürer y había pintado en la corte de Margarita de Austria. Gerard regresó a Gante en 1532, pero sus hijos se quedaron en el país.

Susanna pintaba miniaturas, aunque ninguna de ellas pudo ser identificada en nuestros días. Parece ser que al igual que su hermano tuvo una vida apacible (todo un logro en una corte Tudor) y se casó dos veces. Su primer esposo fue John Parker y el segundo John Gylmyn. Murió en Inglaterra en 1545.

A Lucas Horenbout en septiembre de 1525 le ofrecieron una pensión vitalicia por su talento. Su especialidad eran las miniaturas.

En 1528 fue nombrado King’s Painter (Pintor del Rey).

Por lo menos hay identificadas 17 miniaturas de su autoría: 5 retratos del rey, 3 de Catalina de Aragón, 2 de Ana Bolena, 1 de Jane Seymour, 1 de Catherine Parr (como se ve, pintó a todas las esposas del rey menos a Ana de Cleves y Catherine Howard); pintó al Duque de Suffolk, a la Princesa Mary, a Edward y Henry Fitzroy (hijos del rey) y Carlos V.

Entre 1531 y 1532 desarrolló tareas para el rey en York Place.

En abril de 1534 trabajó en la elaboración del Liber Niger (Libro Negro de la Orden de la Jarretera), un nuevo registro de la orden, manuscrito iluminado con ilustraciones del rey rodeado por caballeros. Y el 22 de junio de ese año se convirtió en súbdito naturalizado de Enrique, y fue nombrado Pintor del Rey de por vida. Por este motivo (su naturalización como súbdito) se le asignó una vivienda en Charing Cross, donde fijó su estudio y se le dio permiso de emplear cuatro trabajadores extranjeros.

En 1535 ilustró la tapa del Valor Ecclesiasticus representando a Enrique VIII en su trono.

Falleció en Londres en el año 1544.

© 2006, Guada Aballe.

lunes, 5 de junio de 2006

Alfred Gudeman, o el placer de la erudición

(Sobre Geschichte der Lateinischen Literatur, 3 volúmenes, del Prof. Alfred Gudeman. Berlín y Leipzig, 1923-1924; Walter de Gruyter & Co., Sammlung Göschen nº 52, 866 y 890)

“Como todos los grandes pueblos civilizados que en el curso de su desenvolvimiento histórico han producido obras literarias importantes, también los romanos, desde sus orígenes entretejidos de leyenda o ya históricamente obscuros, carecieron, durante siglos, de una literatura propiamente dicha”.

Con este párrafo audaz comienza la primera parte Geschichte der Lateinischen Literatur, del profesor Alfred Gudeman. Audaz, y no porque esboce una teoría fuera de lo común o porque pueda malinterpretarse alcanzando siglos y autores que no debería; sino por lo pronto que aparece. De entrada Gudeman da por tierra con la creencia que cultiva todo dilettante: que la literatura latina es algo sólido, que “siempre estuvo” desde que Etruria pasó a ser Roma. Estas líneas son las que se espera encontrar en una conclusión, no en un prólogo; y casi todos los lectores preferirían llegar solos a tal dictamen. Puede pensarse que así Gudeman comete dos ataques: uno, hacia los orígenes de la cultura romana; otro, hacia la inteligencia de su público. Por supuesto, no es ni lo uno ni lo otro. Además, este hombre tiene el buen tino de reconocer que el historiador (él, en este caso) se encuentra con la irritante situación de que hasta la época de César, a excepción de Plauto, Terencio y Catón, no hay ningún escritor del que haya sobrevivido una obra entera.

Gudeman fue ubicado en su época entre los más importantes estudiosos de la literatura clásica. Nació en Atlanta, se graduó en Columbia, pasó a Berlín, dictó cátedras en Baltimore y en Filadelfia y en Nueva York y en Pennsylvania y en Munich, tuvo constantes encargos de traducciones y revisiones, sus obras eran tomadas como referencia y en los colegios sus libros eran textos obligados. No obstante estos laureles, sin duda merecidos, hoy Gudeman es una ficha amarillenta en las bibliotecas (y no en todas). Fue prolífico en escritos, pero se le recuerda por un puñado de ellos, como las Imagines Philologorvm, o el célebre Outlines of the History of Classical Philology, o su obra dedicada a los fraudes literarios entre los romanos, o sus versiones de clásicos, como la Germania de Tácito.

Así como comienza imputando a los romanos una especie de indolencia literaria (¿heredada quizá de sus ancestros, tal como cuenta D. H. Lawrence en sus Etruscan places?), el libro sigue de vez en cuando bajando de sus pedestales a escritores que antaño parecían intocables. Alguien tenía que hacerlo. Gudeman no les resta méritos: lo que hace es llevarlos a un plano más real. Un poeta arcaico no por pionero tenía que ser necesariamente brillante, pero rara vez se admitía esto en las cátedras de literatura o de filosofía. En esta imperativa línea de pensamiento, el matemático Edmund Whittaker osó escribir que “la filosofía natural de Aristóteles […] confunde de principio a fin”. Y no debe olvidarse que ya Horacio, dos milenios antes, había dicho “…me siento indignado cuando se adormece el ilustre Homero”.

En las librerías de viejo suele encontrarse de Geschichte der Lateinischen Literatur su traducción publicada por la españolísima Editorial Labor: Historia de la literatura latina (1926), volumen doble dentro de la serie, siendo Carlos Riba (ex profesor de la Escuela de Bibliotecarias de Barcelona) el responsable de la versión castellana. Castellana y castiza: este señor Ribas, por ejemplo, en una nota al pie lamenta que Gudeman no elija a Calderón de la Barca como ejemplo de un autor dramático que, a semejanza de Gneo Nevio, podía escribir tanto comedias como tragedias.

Una lámina muy bella, y por tal inolvidable, adorna la edición española y refleja las verdaderas preferencias de Gudeman. Después de tantos años, ábrase el libro: es una ilustración que está al comienzo. Representa a Virgilio, el mantuano, entre Clío y Calíope. Deriva de un mosaico en Adrumeto.

Otra es el palimpsesto de la estampa VIII. Es más que un simple folio sobreescrito: sobre un fragmento del tratado De republica, de Cicerón, algún copista transcribió la Enarratio in Psalmum CXXV, de San Agustín. En la siguiente hoja, Gudeman ya no vacila ideológicamente; desatiende a San Agustín y solo muestra un retrato del orador romano, debido a Rafael.

El lector aplicado sale agradecido de este manual, que Gudeman presenta estructurado en partes muy bien definidas, concordadas según los acontecimientos de Roma. La división consiste en tres grandes secciones: primera, la época republicana (240 – 31 a. de J. C.); segunda, la época de Augusto (42 a. de J. C. – 14 d. de J. C.) y la “Edad de Plata” (14 – 117 d. de J. C.); y tercera, la literatura nacional pagana (siglos II al VI). Articula sus opiniones con ejemplos de otras letras menos remotas; no es raro hallar en sus páginas los nombres de Goethe, Ben Jonson o Racine. Al cabo, Gudeman le ha enseñado a sus alumnos a razonar con la misma perspectiva crítica; y así como induce a mirar con el precioso cristal de los poetas clásicos, también logra que se lean las entrelíneas políticas de los historiadores. No se permite una sola estridencia cuando llama la atención sobre esto o aquello: es genial y a la vez sutil.

Por ello su libro depara múltiples placeres. Quizá una idea de la felicidad consista en leerlo bajo el luminoso sol de Padua, donde hay un canal flanqueado de estatuas que evoca cierta antichità de Piranesi.

Aunque se lo dio por muerto en 1921, el profesor Gudeman falleció realmente en 1942, siendo octogenario, en un campo de concentración que el nazismo había instalado en Theresienstadt. Fue el único caso de un filólogo deportado y ejecutado.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

martes, 23 de mayo de 2006

Agnès Sorel, la amante del Rey

(Por Guada Aballe.)

Hija de Jean Sorel y Catherine Maignelais, Agnès nació en Fromentau en el año 1422.

Mujer bellísima, educada, sensible e inteligente, se dice que el rey Carlos VII de Francia se enamoró de ella apenas la vio por primera vez. Se convirtió en su favorita.

El rey no podía apartarse de ella, descuidando sus funciones de gobierno. Agnès no cesaba de recibir sus regalos: collares, joyas espléndidas, tapices, objetos de arte, ropas, telas; hasta un palacio, llamado Beauté-sur-Marne, gracias al cual Agnès comenzó a ser llamada Dama de la Beauté (= Belleza). Fue la primera mujer que lució diamantes tallados en Francia. Usaba maquillaje, se depilaba las cejas, llevaba vestidos con colas larguísimas y creó una moda dejando ver su seno izquierdo en público. Y fue la primera vez que en Francia un rey presentó públicamente a una mujer como su “amante oficial”.

Hasta que un día Agnès comenzó a interesarse por el pueblo. Y le dio una orientación distinta a su vida. Ordenó que le dieran dinero a los pobres, reconstruyó iglesias, creó fundaciones, entregó dotes a las doncellas pobres para que pudieran casarse. Influyó en el rey para que los impuestos se reformaran de una manera justa, para que se reorganizaran el ejército, la administración y la justicia.

Ya había tenido tres hijas y estaba esperando un cuarto hijo cuando se dirigió al campamento de Jumièges, para ver al rey y avisarle que existía un complot contra su vida. Para ello, Agnès tuvo que atravesar muchos kilómetros en pleno invierno. Fue demasiado para ella: al día siguiente dio a luz una niña prematura, que no logró sobrevivir.

Agnès murió a los pocos días, el 9 de febrero de 1450, sin poderse aclarar si fue envenenada o si falleció a consecuencias del parto. El pueblo, que no toleró la muerte de su protectora, decía que había sido envenenada.

En 2005 una investigación hecha sobre sus restos reveló que tenían una elevada cantidad de mercurio. Por lo que si bien no se puede afirmar que murió envenenada, no puede descartarse la posibilidad.

© 2006, Guada Aballe
(Este artículo se reproduce por gentileza del blog Reinodeguada)

jueves, 18 de mayo de 2006

El "Referéndum de Bruselas" de 1958.

En 1958 fueron convocados por la Cinemateca de Bélgica ciento cincuenta historiadores, críticos y personalidades destacadas de la cinematografía mundial, con el objeto de elegir las mejores películas de todos los tiempos. En esta compulsa, denominada “el Referéndum de Bruselas”, fueron mencionados 609 títulos; la lista de los primeros doce fueron los siguientes:

1. El acorazado Potemkin (título original: Броненосец Потёмкин; dirección: Sergei Mikhailovich Eisenstein, U.R.S.S., 1925). ByN, muda (musicalizada por Dimitri Shostakovich). Co-dirigida junto a Grigori Aleksandrov. Escrita por Sergei Mikhailovich Eisenstein y Nina Agadzhanova. Con Aleksandr Antonov, Vladimir Barsky, Grigori Aleksandrov, Ivan Bobrov y Mikhail Gomorov.

2. La quimera del oro (título original: The Gold Rush; dirección: Charles Chaplin, EE.UU., 1925). ByN, muda (musicalizada por Charles Chaplin). Escrita por Charles Chaplin. Con Charles Chaplin, Mack Swain, Georgia Hale, Tom Murray y Henry Bergman.

3. Ladrones de bicicletas (título original: Ladri di biciclette; dirección: Vittorio de Sica, Italia, 1948). ByN, sonora. Escrita por Cesare Zavattini sobre la novela Ladri di biciclette, de Luigi Bartolini. Música de Alessandro Cicognini. Con Lamberto Maggiorani, Enzo Staiola, Lianella Carell, Gino Saltalamerenda y Vittorio Antonucci.

4. La Pasión de Juan de Arco (título original: La Passion de Jeanne d’Arc; dirección: Carl Theodor Dreyer, Francia, 1928). ByN, muda (musicalizada por Ole Schmidt). Escrita por Carl Theodor Dreyer y Joseph Delteil. Con Maria Falconetti, Eugene Silvain, André Berley, Maurice Schutz y Antonin Artaud.

5. La gran ilusión (título original: La grande illusion; dirección: Jean Renoir, Francia, 1937). ByN, sonora. Escrita por Jean Renoir y Charles Spaak. Música de Joseph Kosma. Con Jean Gabin, Dita Parlo, Pierre Fresnay, Erich von Stroheim y Julien Carette.

6. Codicia (título original: Greed; dirección: Erich von Stroheim, EE.UU., 1924). ByN, muda (musicalizada por Carl Davis). Escrita por Erich von Stroheim y June Mathis sobre la novela McTeague, de Frank Norris. Con ZaSu Pitts, Gibson Gowland, Jean Hersholt, Dale Fuller y Tempe Pigott.

7. Intolerancia (título original: Intolerance: Love’s Struggle Throughout the Ages; dirección: David Wark Griffith; EE.UU., 1916). ByN, muda (musicalizada por Carl Davis). Escrita por David Wark Griffith. Con Mae Marsh, Robert Harron, Fred Turner, Sam De Grasse y Vera Lewis.

8. La madre (título original: Мать; dirección: Vsevolod Pudovkin, U.R.S.S., 1926). ByN, muda (musicalizada por S. Blok). Escrita por Nathan Zarkhi sobre la novela La madre, de Maxim Gorky. Con Vera Baranovskaya, Nikolai Batalov, Ivan Koval-Samborsky, Anna Zemtsova y Aleksandr Chistyakov.

9. El ciudadano (título original: Citizen Kane; dirección: Orson Welles, EE.UU., 1941). ByN, sonora. Escrita por Orson Welles y Herman J. Mankiewicz. Música de Bernard Herrmann. Con Orson Welles, Joseph Cotten, Dorothy Comingore, Agnes Moorehead y Ruth Warrick.

10. La tierra (título original: Земля; dirección: Aleksandr Dovjenko, U.R.S.S., 1930). ByN, muda (musicalizada por V. Ovchinnikov). Escrita por Aleksandr Dovjenko. Con Stepan Shkurat, Semyon Svashenko, Yuliya Solntseva, Yelena Maksimova y Nikolai Nademsky.

11. La última carcajada (título original: Der Letzte Mann; dirección: Friedrich Wilhelm Murnau, Alemania, 1924). ByN, muda (musicalizada por Giuseppe Becce y Werner Schmidt-Boelcke). Escrita por Carl Mayer. Con Emil Jannings, Maly Delschaft, Max Hiller, Emilie Kurz y Hans Unterkircher.

12. El gabinete del Doctor Caligari (título original: Das Kabinett des Doktor Caligari; dirección: Robert Wiene, Alemania, 1920). ByN, muda (musicalizada por Giuseppe Becce). Escrita por Carl Mayer y Hans Janowitz. Con Werner Krauss, Conrad Veidt, Friedrich Feher, Lil Dagover y Hans Heinrich von Twardowski.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

lunes, 15 de mayo de 2006

Las magnitudes de un problema

(Sobre el Diccionario de pesas y medidas mexicanas antiguas y modernas, y de su conversión para uso de los comerciantes y de las familias, del Lic. Cecilio A. Robelo. Cuernavaca, 1908; Imprenta Cuauhnahuac)

Datos aislados son los que se tienen de la vida del Lic. Robelo, autor de este curioso folleto. Teresa Rojas Rabiela, responsable de presentar una edición facsimilar en 1995, confiesa desconocer el lugar de su nacimiento, aunque acota su vida entre 1839 y 1916 y le apunta un paso por el Real y Pontificio Seminario de la Ciudad de México, en donde se graduó como abogado. Se sabe que tomó las armas en el levantamiento de Francisco Leyva y que fue diputado en Morelos, para después ser juez y magistrado del Tribunal Superior de Justicia. Dominó la lengua náhuatl, dirigió un museo y fundó imprentas; es decir, cumplió con todos los requisitos para ser un olvidado escritor latinoamericano.

El Lic. Robelo se preocupó por la mitología mexicana, por la toponimia de etimología aborigen y por reunir un vocabulario azteca y otro de “seudoaztequismos”; escribió un libro para niños, dos compendios de ortografía y cuatro obras teatrales; publicó una Vida de Cristóbal Colón y una descripción del monumento de Xochicalco; y entre sus repartidas inquietudes (la mayoría, en forma de opúsculos editados en sus propios talleres), estuvo la de establecer un par de manuales que sirvieran para el mejor manejo de las unidades de medición. Uno de ellos es este Diccionario de pesas y medidas.

La exposición (cuya apariencia es insoportable) provoca una estupefacción inmediata. Ocurre que, con sus múltiplos y submúltiplos, las unidades eran complicadas aún dentro de los cánones de la época. Por ejemplo: el agua repartida en las mercedes se medía en pajas, cuando una paja equivalía a 0,20736 de buey, o sea 0,432 de surco, o sea 0,14 de naranja, o sea 0,18 de real. Conociéndose que un real era 0,000610 metros cuadrados, se obtenía que una paja era igual, entonces, a 33 centímetros cuadrados (con otro engorro adicional: el traslado a centímetros cuadrados y no a centímetros cúbicos, mucho más prácticos para medir volúmenes).

Debe tenerse en cuenta que estas magnitudes solían variar de país en país. Una legua era una distancia de 5.000 varas en México, donde la vara medía 0,838 metros; pero en Buenos Aires una legua era de 6.000 varas y cada vara medía 0,866. Con lo que entre una y otra legua había 1.006 metros de diferencia.

Más todavía: dentro de un mismo país, las unidades podían diferir entre una región y otra. Una arroba en Aragón no pesaba lo mismo que una arroba en Castilla, por lo que una remesa de cierto producto despachada en arrobas pesaba menos o más al llegar a destino, sin haberse perdido o adicionado absolutamente nada durante el transporte.

Las definiciones carecían de precisión o —peor todavía— se daban por comparación con otros parámetros igualmente viciados. En la obra del Lic. Robelo se lee que “...el decímetro es casi igual á la anchura de la mano del hombre ó de cinco dedos [...] luego el metro se compondrá de diez veces la anchura de la mano”. El autor escribe en 1908, pero ignora que ya en 1889 el metro patrón universal había sido normalizado entre dos trazos marcados sobre una barra de platino iridiado, depositada en una oficina de París.

Puestas así las cosas, era de esperar que surgieran inconvenientes derivados de la mala interpretación, del desconocimiento o del erróneo paso de una unidad a otra. Dos lecturas hechas con el mismo instrumento ofrecían, claro está, idéntico resultado; pero si se habían tomado antes y después de cruzar una frontera, ambas mediciones eran perfectamente inútiles, ya que no significaban lo mismo. Aquel que sabía aprovechar esta disparidad de criterios, bien podía vivir timando sin salirse jamás de la ley.

Pero a fuerza de uso cualquier unidad terminaba entendiéndose y aplicándose con regularidad. Solían distinguirse entre cuartillos para áridos y cuartillos para líquidos, dejando un lugar para los cuartillos exclusivamente de aceite; y estas discrepancias se daban incluso en el sistema métrico decimal, donde había litros para semillas y litros para agua.

La imposición del nuevo sistema aclaró un poco esta situación, aunque hasta bien entrado el siglo XX todavía circulaban manuales de conversión, tablas de equivalencias y prontuarios de pesas y medidas, en donde cualquiera podía enterarse que un tomín era la octava parte de un castellano y la tercera parte de un adarme, siempre que el adarme fuera de plata y no de oro, y siempre que no se estuviera en Perú, donde tomín quería decir otra cosa.

Hacia el final del folleto, el autor anuncia la sustitución de las viejas unidades por las del sistema decimal; explica una conversión de precios del sistema antiguo al moderno y, con afán didáctico, propone y resuelve problemas. Uno de ellos tiene una pregunta desconcertante: “Un regatón de semillas ha estado vendiendo el cuartillo de frijol á 15 centavos, ¿á cómo dará el litro desde el 16 de Septiembre?”.

El Lic. Robelo murió cuarenta años antes de la nueva definición para el metro, que en cualquier enciclopedia ocupa mucho más espacio que su biografía. Hasta 1983 un metro fue igual a 1.650.763,73 veces la longitud de onda en el vacío de la radiación anaranjada del átomo de criptón de masa atómica 86, obtenida en el salto del nivel energético 2 P 10 al 5 D 5, excitada a la temperatura del punto triple del nitrógeno. Hoy es el trayecto que recorre la luz en el vacío durante 1/299.792.458 segundos. Ambas explicaciones son tan seguras como indescifrables.

Atrás quedaron las dos marquitas sobre un lingote francés, y más atrás aún aquellas “diez veces la anchura de la mano” que pretendía el diputado de Morelos.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

miércoles, 26 de abril de 2006

El Universo entre dos cariátides

(Sobre L’Homme et la Terre, 6 volúmenes, de Jean Jacques Élisée Reclus. Versión española de Anselmo Lorenzo, bajo la revisión de Odón de Buen. Barcelona, sin fecha, c. 1915; Casa Editorial Maucci)

Hoy se emplea el vocablo “anarquía” como sinónimo de desorden, incoherencia, caos. Cuando se producen disturbios públicos, la prensa y el vulgo hablan de anarquía; desconocen que los principales ideólogos ácratas —Proudhon, Kropotkin, Bakunin— jamás propusieron una sociedad sin orden. Relacionar tumulto con anarquía es pecar de ignorancia; es cometer el mismo error de quien afirma que para Darwin el hombre desciende del mono, o que para Maquiavelo el fin justifica los medios.

Reclus era geógrafo y anarquista. En el mil ochocientos, ser las dos cosas implicaba ser también otras muchas: escritor, historiador, naturalista, sociólogo, lingüista… Geógrafo, cuando para serlo había que viajar de veras y no bastaba con cursar un profesorado; anarquista, cuando declararlo equivalía a la deportación —cosa que por supuesto sufrió. Era vegetariano; el único otro gran hombre de su generación que lo fue, Tolstoi, también tenía pensamientos libertarios. Reclus rechazaba enérgicamente la monarquía, la magistratura, el clero, el ejército y la policía. Cualquier forma de opresión lo asqueaba. Las teocracias lo ponían fuera de sí.

No debe sorprender, entonces, que los grandes pilares del conocimiento fueran para Reclus la geografía y la historia; ni que ambas disciplinas le dejaran tres enseñanzas fundamentales: primera, que todas las sociedades —excepto las primitivas— se desdoblan en clases diferentes, opuestas y, en tiempos de crisis, enemigas; segunda, que la violación de la justicia exige siempre venganza; tercera, que toda evolución en la existencia de los pueblos proviene del esfuerzo individual y no del Estado. Hay mucho de Spencer en Reclus.

Tales conclusiones aparecen en L’Homme et la Terre (“El Hombre y la Tierra”), un buen ejemplo de aquellos libros en donde el traductor y el revisor, Anselmo Lorenzo y Odón de Buen, son tan importantes como el autor. De ahí la preferencia por la versión española antes que por el original francés. ¿Cómo pensar en el traduttore traditore si ambos eran, a semejanza de Reclus, sabios y anarquistas?

Una página abierta al azar: la 82 del tomo primero. He aquí una descripción de la isla Tristán da Cunha, con su mapa en la hoja siguiente (la isla, vista por el grabador, semeja una madreperla). Dice Reclus y traduce Lorenzo y aprueba Odón: “En cuanto a los insulares encerrados en la prisión natural más temible, la tierra de Tristán de Acunha, rodeada de fríos y de tempestades, gozan cumplidamente de la salud que dan todas las buenas condiciones de higiene, hasta poseen lo que vanamente reclaman los trabajadores de Europa: la comida asegurada”.

Siguiendo con la lectura se deduce que este sitio no es para el autor un modelo utópico (que, en realidad, tampoco halla en alguno de los cinco volúmenes restantes), pero sí un modelo de sus propios artículos enciclopédicos: en un solo párrafo, Reclus practica la referencia geográfica, la noticia social y la denuncia política.

Cabe preguntarse si Reclus, soñador de un mundo mejor, creía en las utopías como instrumentos para un nuevo orden. Las alusiones a los falansterios de Ch. Fourier son magras y ni siquiera pasaron a los índices, que son meticulosos; Icaria, de E. Cabet, es calificada como “cándida, casi pueril”; la Brook Farm, de G. Ripley (una utopía llevada a la práctica en Massachussetts), aparece condenada de antemano al fracaso. La explicación de tan poco entusiasta actitud tratándose de un anarquista es que Reclus desconfiaba de los experimentos aislados, a espaldas de la realidad política; y menos aún le gustaban los que semejaban pequeños monasterios con reglas autocráticas, como la Oneida, de J. H. Noyes, de la que no se habla en ninguno de los seis tomos. Es de creer que hubiera preferido otros intentos mejor comunicados con la sociedad, como dos que por desgracia no llegó a conocer: la Ferrer Colony en 1915 y las comunidades anarquistas españolas en 1933.

En L’Homme et la Terre, estampas y planos tienen su propio valor más allá del texto. Parece que Reclus murió sin haberse puesto completamente de acuerdo con su ilustrador, pero el tema fue bien resuelto y por suerte toda viñeta halló su ubicación justa. Se habían encargado cerca de ochocientos mapas, con el objeto de que el lector visualizara todos los lugares mencionado, pero al final del último tomo el editor francés reconoció la imposibilidad de ejecutarlos a todos. A veces salta un epígrafe acusatorio, como el de una fotografía de las viviendas colectivas de Liverpool que poseen un solo retrete, una sola fuente y un solo depósito de basura para doce casas (tomo quinto, página 359). Incluida con satisfacción de geógrafo, sin alertas, pero con la mágica propiedad de no poder olvidársela una vez vista, surge después una lámina con el “sol de medianoche” en Spitzberg. El lector tampoco pasa por alto que cada capítulo es encabezado por una breve frase, un aforismo; y que luego de cien años de haber sido escrito alguno continúa inquietando. En la sección correspondiente a Latinos y Germanos se lee: “La Historia no ha desertado de las riberas del Mediterráneo”. En la de Inglaterra: “Irlanda es el buitre que devora el cuerpo del Prometeo británico”.

Una década llevó la confección de la enciclopedia. Hoy todos pueden comprobar que en ella importa menos la historia de Fenicia que saber que allí se divinizaba la voluptuosidad; o que el pensamiento de Grecia fue importante, sí, pero que se desarrolló gracias a un elemento religioso poco influyente; o que para comprender los hechos de Roma hay que tener en cuenta que seguían el ritmo de la propia Naturaleza.

Élisée Reclus falleció en 1905, un año después de terminar esta obra monumental. Había pedido a sus colaboradores que reescribieran ciertos capítulos, pero no le hicieron caso.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

Primera mujer muerta por un automóvil en Bs. As.

(Por Guada Aballe. De su libro Del tiempo de Carlitos: Recuerdos de Gardel y su época, Buenos Aires, Éditions de la Rue du Canon d'Arcole, 2006.)

Teófila Luna era una respetada mujer en los círculos sociales de Buenos Aires. Nacida el 6 de febrero de 1848, fue madre del destacado concejal Alejandro F. Mohr. Nada podía hacer presentir el desgraciado final de esta señora.

A las cuatro y diez de la tarde del sábado 10 de febrero de 1906, el electromóvil nº 16 —un carruaje de la Compañía Nacional de Automóviles, guiado por Doroteo (o Dositeo) Vázquez— marchaba a toda velocidad por la calle Bartolomé Mitre, y sin disminuir su rapidez dobló en la esquina de Montevideo con dirección al Norte.

Teófila cruzaba la calle. El chofer del automóvil quiso hacer una maniobra para evitar atropellarla. A pesar de todo la embistió, y Teófila cayó en tierra, siendo apretada por las ruedas del vehículo. Una ambulancia de la Asistencia Pública acudió al lugar y se llevó a la señora de Mohr, pero sus lesiones internas fueron tan graves que falleció antes de que pudieran llegar.

Sus restos reposan en el Cementerio de la Chacarita.


© 2006, Guada Aballe

jueves, 20 de abril de 2006

Breves leyendas de Loncopué (2º parte)

Las leyendas que se reproducen a continuación se contaban en varios puntos de la región de Loncopué, provincia argentina de Neuquén.

Leyenda de los Entierros Indios. Es creencia de muchos lugares del Sur (y en Loncopué se ha registrado dos veces) que quien halla una sepultura indígena obtiene tesoros fabulosos. La ceremonia de inhumación, eltun, era entre los mapuches un ritual complicado y que variaba entre una parcialidad y otra, aunque todos coinciden, no obstante, en que el difunto podía necesitar algunas de sus pertenencias en el Alhuemapu (País de los Muertos). La mayoría de las tumbas no tenían ningún signo exterior que las distinga, y la propia Naturaleza se encargó de ocultarlas. Por lo tanto, hallar un cementerio indio es algo muy difícil. En cuanto a las formas de concretar cada entierro, Falkner habla de pozos grandes y cuadrados en el que el muerto se colocaba sentado; Verneau menciona montículos de piedra; San Martín, ataúdes hechos con lajas en los fondos de las cuevas (chenques). Vúletin dice que los chenques servían para ocultar tesoros. Y en algunos lugares los cadáveres se superponían formando cruces, en grutas profundas, protegidos por fuerzas enigmáticas. En Loncopué, los que dieron con Entierros Indios debieron cumplir con un requerimiento esencial: marcharse y no volver nunca más al lugar del encuentro. De retornar, perderían toda la fortuna alzada. [En la imagen: Mapuches en una fotografía de 1897, tomada por Hans Steffen.]

Leyenda de los Hombres Plateados. Acontece cerca, en Cuchillo Curá: un cordón pedregoso al Sudeste de Las Lajas, por una laguna, donde hay alturas que llegan a los mil cien metros y formaciones cavernosas como la Cueva del León y la Cueva del Gendarme. La del León tiene una entrada estrecha, que comunica a una vasta gruta. Recogió la leyenda el Prof. Ernesto Moreno. Llegando a la Cueva del León, salió a su paso un habitante de la zona. No era un puestero; sencillamente, tenía su casa por ahí. Moreno le preguntó si iba en la dirección correcta para visitar aquellas formaciones. El hombre respondió: “—Sí, es para allá. Va bien. Éste es el camino. Pero tenga cuidado con los Hombres Plateados…” El guía agregó pocos detalles más. Dijo que eran altos y de caminar lento. ¿A qué se refería cuando hablaba de los Hombres Plateados? Tal vez viera de noche unas osamentas, que obraron de Luz Mala. Tal vez viera personas con trajes adaptados, haciendo mediciones (dentro de la Cueva del León había instrumentos de meteorología, con una recomendación para remitir los datos a una oficina de Buenos Aires). Pero puede ser también que aquel lugareño creyera cabalmente en unos Hombres Plateados. [En la imagen: Estalagtitas en las cavernas de Cuchillo Curá.]

Leyenda del Sátiro de la Heladera. Pasó en 1997. Hacia abril comenzó a crecer el rumor del Sátiro de la Heladera. Apareció en medio de la noche en una casa del Barrio Verde, que está frente al Calvario. Había una señora sola en aquel momento. El Sátiro no la amenazó demasiado. A decir verdad, tampoco se comportó con lascivia. No hubo manoseos, ni violación alguna. El Sátiro (que a este nivel ya es difícil nombrarlo así) se dirigió a la heladera, robó unos pocos alimentos y se marchó. La señora del Barrio Verde hizo una denuncia y tras ella comenzó la más impresionante movilización vecinal que se recuerde en Loncopué. Hubo patrullas nocturnas con armas de fuego, palos, perros y reflectores más potentes que los de la policía. Una noche creyeron verlo escapar por los techos de una escuela; se alborotaron varios vehículos frente al edificio y todas las escopetas de Loncopué estuvieron listas, pero la búsqueda no dio resultado. Incluso mientras un vecino decía localizarlo en un lugar, otro juraba haberlo visto a la misma hora en la otra punta del pueblo. La identidad del Sátiro de la Heladera le fue adjudicada primero a un kinesiólogo. Luego fue un hombre de Chos Malal, del que se decía que podía dominar a los perros con su mirada. Y hacia junio o julio un periódico sureño publicó un artículo sobre el Sátiro de la Heladera, y automáticamente se esfumó la agitación. [En la imagen: Patrulla vecinal.]

Leyenda del Cajón de Manzano. Contaba Alberto Vúletin: “Cajón del Manzano o Cajón Manzano debe su nombre a un manzano que aún existe, más que centenario, razón por la cual no fructifica. Dice la tradición que este manzano fue testigo de bárbaros cautiverios y los indios actuales lo consideran maldito” (en: Neuquén. Nomenclador geográfico del territorio, con traducciones toponímicas, ubicaciones y descripciones geográficas de sus accidentes, Talleres Gráficos Indoamérica, Buenos Aires, 1948; páginas 131 y 132). Cajón del Manzano tenía en aquella época unos 200 habitantes, en su mayoría indígenas. Contaba con una escuela primaria. [En la imagen: Un manzano.]

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

jueves, 6 de abril de 2006

El rabdomante Baigorri Velar

Argentina fue la nación de muchas invenciones que dieron la vuelta al mundo, aunque —como ocurre con la mayoría de las grandes ideas llevadas a la práctica— el uso diario se encargó de restarles impacto. El bolígrafo, el secador de pisos, la radiotelefonía comercial, el colectivo, el bastón blanco para ciegos, el tango, la transfusión de sangre, la quiniela clandestina, el revuelto Gramajo, la dactiloscopia y los mates adornados con caracoles fueron inventos argentinos que en algún momento causaron sensación; hoy son tan cotidianos que no asombran a nadie. Otros ya pasaron directamente al olvido, como la correspondencia fonopostal y los pingüinos para servirse vino: también ellos fueron populares, también ellos tuvieron como patria a la Argentina, pero ya no se usan. Entre los de enorme pasmo inicial y rotundo olvido posterior puede citarse otro invento argentino, quizá el más extraño de todos: la máquina de hacer llover del ingeniero Baigorri Velar.

Hay un film con Burt Lancaster que cuenta la historia de cierto pícaro que, exhibiendo extravagantes artificios, en períodos de sequía iba de campo en campo ofreciendo lluvias a cambio de diez mil dólares, hasta que por pura casualidad se desata una borrasca espantosa y sobreviene la catástrofe. Pues bien: lo de Juan Baigorri Velar, ingeniero argentino graduado en la Universidad de Milán, era otra cosa. Este vecino de Villa Luro era experto en el manejo e interpretación de medidores de energía electromagnética. Con ellos descubrió el “Mesón de Hierro”, un aerolito ferroso caído siglos atrás en el Chaco; pero su especialidad consistía en hallar corrientes subterráneas de agua. También estuvo vinculado con la industria petrolífera, trabajando junto al mismísimo General Mosconi. Para 1938 (el año de su ascensión a la fama) era un respetado profesional de muy bien ganado prestigio.

Desde hacía tiempo, el ingeniero venía notando que al encender sus aparatos el cielo se volvía plomizo, e incluso amenazaba con llover. ¿Existiría alguna relación? Le costaba creerlo, pero cada vez era más evidente: ponía en funcionamiento el detector y se nublaba. Llegó un momento en que no tuvo dudas: ¡sus instrumentos eran los causantes! Por alguna razón, “atraían” chaparrones. Investigó con profundidad el asunto y terminó construyendo el sueño dorado de cualquier chacarero: una máquina que provocaba lluvias a voluntad.

Este artilugio poseía dos circuitos, A y B, capaces de generar tanto esas lloviznas tenues que ensucian a los porteños, como asimismo las grandes sudestadas, típicas de Buenos Aires también. Su aspecto general era el de un aparato común de radiotelefonía, rematado por dos antenas. En este punto cesan todas las descripciones, ya que ningún otro conoció jamás la instalación de su interior.

La cuestión es que el ingeniero certificadamente hacía llover. Viajaba hasta campos que ya tenían la tierra cuarteada por tanta seca; su dispositivo les traía el agua del cielo. Santiago del Estero, los alrededores de Carhué, Caucete y otros lugares sedientos probaron con éxito sus pluviosos mecanismos. Incluso logró interesar a una empresa de ferrocarriles, que lo subsidió.

Mientras tanto, el señor Alfredo G. Galmarini, director de Meteorología, lo atacaba diciendo que era un farsante, un charlatán que vivía de la credulidad de la gente. (Seguramente estaba ofendido tras comprobar que los pronósticos de Baigorri Velar eran más precisos que los suyos.) Harto de tanta chicaneada, el ingeniero lanzó un desafío que tuvo en vilo a la población: aseguró que el 3 de enero de 1939 habría una precipitación fabricada por él mismo. Hasta se permitió la broma, alentada por los periódicos, de enviarle un paraguas de regalo a su rival.

Cuando llegó el día, Galmarini contempló el cielo despejado y suspiró. Sin embargo, con el correr de las horas empezó una fuerte convección, a la que siguió inestabilidad atmosférica; se formó una imponente nube en forma de yunque, y finalmente se desató la tormenta. La máquina había triunfado. Grandes y chicos salieron a la calle coreando “Que llueva, que llueva, / Baigorri está en la cueva; / enchufa el aparato / y llueve a cada rato…”

Pero con el tiempo, semejante prodigio fue perdiendo prensa. La Segunda Guerra Mundial pasó a ocupar dramáticamente los titulares. Algo después la máquina llegó a ser noticia una vez más, cuando ofrecieron comprarla de los Estados Unidos; el ingeniero se negó, pero ya no le prestaron la misma atención de antes. Y cuando falleció en 1972, su invento desapareció misteriosamente. Aunque de todos modos, hacía treinta años que nadie hablaba de él.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

martes, 21 de marzo de 2006

El proyecto escolar "Antología de Cuentos"

(Por Guada Aballe).

Este proyecto se trabajó durante al año 2005 con alumnos de 5º grado sección A de la Escuela nº 8 D.E. 18 “Base Aérea Vicecomodoro Marambio”, y se presentó en la “Jornada de Intercambio de Experiencias Pedagógicas” realizada en la sede de la Escuela nº 2 D.E. 18 en diciembre de 2005. A continuación se detalla su desarrollo en totalidad:

Proyecto: “Antología de cuentos”
Área: Prácticas del lenguaje
Nivel: Aula – 5º grado año 2005
Autora: Guadalupe Rosa Aballe, Escuela nº 8 D.E. 18
Fundamentación: Atendiendo a la necesidad que los niños puedan avanzar como lectores literarios y puedan ejercer derechos del escritor, brindar oportunidades a los alumnos para que desarrollen un progresivo crecimiento como lectores y productores de obras de ficción.
Propósito: Hacer del aula una comunidad de lectores y escritores para que puedan desplegar sus propias posibilidades y avanzar como intérpretes y productores de textos de ficción.
Contenidos: Textos narrativos literarios de ficción y sus diferentes géneros:
- Cuentos policiales (se narra la historia de un delito que debe resolverse a través de una investigación);
- Cuentos tradicionales (narración de ficción que forma parte de la tradición oral);
- Cuentos de terror (cuando el narrador desea provocar miedo a los lectores creando personajes y situaciones espeluznantes);
- Cuentos de ciencia ficción (se narra el futuro o diferentes formas de vida extraterrestre); y
- Cuentos fantásticos (narraciones con elementos imaginarios, de fantasía).
Etapas: El primer género trabajado fue el policial. Leímos y analizamos un cuento del género elegido: personajes, trama y características fundamentales de la narración. Posteriormente los chicos crearon sus propios cuentos policiales. De la misma manera se trabajaron los otros géneros (tradicional, terror, ciencia ficción y fantástico). Para finalizar el proyecto, fueron seleccionados algunos cuentos de cada género y elaboramos un libro; los chicos se valieron del recurso de informática para copiar e imprimir los cuentos elegidos.

Importante: A través del desarrollo del presente proyecto tuvimos que realizar actividades de ortografía y puntuación. Una actividad en especial fue muy divertida y enriquecedora en el aula para comprender la necesidad de una puntuación adecuada y poder transmitir correctamente lo que queremos decir y para que nosotros comprendamos aquello que desean escribirnos los demás. Existe un antiguo texto español de Toledo y Benito que adapté libremente para desarrollar la actividad:

1) En un pueblo lejano abren el testamento de Pepito:
Dejo mis bienes a mi sobrino Juan no a mi hermano Luis tampoco pagar la cuenta del sastre nunca de ningún modo para mis primos todo lo dicho es mi deseo Pepito


Que los alumnos lean el texto tal como está. ¿Qué dificultades se presentan? ¿Quién es el heredero?

2) De inmediato se presenta Juan diciendo ser el heredero.
Dejo mis bienes a mi sobrino Juan. No a mi hermano Luis. Tampoco pagar la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo para mis primos. Todo lo dicho es mi deseo. Pepito.


¿Por qué Juan dice tener derecho a la herencia? ¿Qué hizo Juan con el texto?

3) Pero Luis dice que el heredero es él.
¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan?. No: a mi hermano Luis. Tampoco pagar la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo para mis primos. Todo lo dicho es mi deseo. Pepito.


¿Tiene razón Luis? ¿Qué diferencias encuentran con el texto presentado por Juan?

4) El sastre se presenta y dice tener derecho a cobrar su deuda.
¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco. Pagar la cuenta del sastre. Nunca, de ningún modo para mis primos. Todo lo dicho es mi deseo. Pepito.

¿Por qué el sastre reclama el pago de su deuda?

5) Hasta que llegaron los primos diciendo ser el heredero.
¿Dejo mis bienes a mi sobrino Juan? No. ¿A mi hermano Luis? Tampoco. ¿Pagar la cuenta del sastre? Nunca, de ningún modo. Para mis primos todo. Lo dicho es mi deseo. Pepito.


¿Qué alteraciones hicieron los primos en la puntuación del texto?

(Las preguntas sugeridas en cada etapa de la actividad son orientadoras, cada docente puede trabajar los textos con su grupo de la manera que considere más apropiada).

De esta manera los alumnos, en una forma entretenida, destacan la importancia de la puntuación en un texto. Pueden sugerirse las siguientes actividades como cierre de la actividad:
- ¿Cómo colocarías la puntuación para que nadie quede como heredero?
- ¿Qué solución proponen ante esta situación? ¿A quién le entregarían la herencia de Pepito?
- ¿Te parece que los signos de puntuación son importantes? ¿Por qué?

Se insiste en señalar que la creatividad de cada docente hará surgir nuevos cuestionamientos para cerrar la actividad.

Evaluación: Elaboración de un libro a modo de antología. El obstáculo que se presentó fue el siguiente: en la impresión de algunos cuentos se deslizaron algunas erratas que debieron corregirse manualmente salvo uno de los cuentos que debió ser descartado. El librito, titulado Antología de cuentos, contiene los siguientes trabajos (se transcribe un cuento de cada género a modo de ejemplo).

POLICIALES
Un asalto casi perfecto
Los ladrones astutos
El asesino
Un robo imposible
Asalto en el banco

Un robo casi perfecto

Había una vez un señor llamado Dr Jackson.
El dr era un hombre muy solitario, no tenía casi amigos, con las únicas personas que siempre estaba eran sus cómplices de cada robo, por ejemplo: Tom Estrabul, Jacky Robinson, Rolando Capuchón y también la más linda de todas: Katerin J. Joons. A ella siempre la encerraban pero a menudo se escapaba, era muy astuta. Cuando conoció al dr Jackson se había dado cuenta que había alguien mucho más astuto que ella.
Entre todos decidieron robar a la persona más rica del mundo: Richard Ricón, el dueño del banco más lleno de plata y conocido de todos. Lo primero que hicieron fue idear un plan.
Al plan lo empezaron el lunes y lo terminaron el miércoles. El jueves por la noche fueron a robar el banco, primero robaron $1.000.000 y querían robar el triple de lo que robaron.
Lo que faltaba lo decidieron robar al día siguiente pero al llevarse la plata no sabían que se habían llevado la alarma y así la policía los localizó y los encerraron en la prisión.
-Micaela M.

TRADICIONALES
El reino
El héroe de la ciudad
El hechizo de la princesa

La princesa Belinda

Había una princesa que vivía en un castillo donde había una torre muy alta. La princesa se llamaba Belinda y en el castillo había un dragón.
Para rescatar a la princesa Belinda tenían que atravesar muchas pruebas. Había que pasar por un paredón con pinches, cruzar por un volcán y por último vencer al dragón.
Muchos príncipes trataron de rescatar a la princesa pero nadie pudo.
Un día apareció un príncipe muy valiente y pudo pasar todas las pruebas. Cuando la encontró le preguntó si se quería casar con él, la princesa le dijo que sí y fueron muy felices.
-Evelyn


TERROR
El cementerio embrujado
La mansión fea y linda
El video de la muerte
El exorcista

La bruja del cementerio

Una vez una chica llamada Sayana quería hacer magia negra.
La señora que le enseñaría vivía en un cementerio, atrás del cementerio estaba su casa.
La señora era una bruja, tenía un perro con un parche en el ojo, la bruja le pegaba con un látigo para que obedeciera.
El marido estaba muerto porque ella lo había matado. Sayana cuando se enteró se quiso morir pensando que la iba a matar a ella, pero no tenía miedo.
Al otro día fue a la casa de la señora para empezar su primer clase. Cuando entró vio unos cuadros en las paredes, después un ataúd, lo abrió y adentro estaba uno de los alumnos con clavos, siguió sin tener miedo y encontró en la cocina un cuchillo con sangre.
Luego entró a un cuarto oscuro y se escuchó una voz gangosa. Al final del cuarto estaba la bruja.
Sayana ahora estaba con mucho miedo y de pronto la bruja le preguntó:-¿Querés hacer magia negra?
-Sí, quiero-respondió Sayana.
La bruja la llevó a una pieza y le mostró una bola de cristal.
-¿Qué ves?-le preguntó.
-Veo un cementerio y una chica igual a mí.
-Eres tú, así estarás después.
Sayana aceptó el desafío de ser bruja y vivir en un cementerio.
Ahora se la conoce como una bruja de verdad.
-Micaela B.


CIENCIA FICCIÓN
Los marcianos peligrosos
Los malditos humanoides
Humanoides
Arrugolandia

Los extraterrestres atacan

En el año 2010 unos astronautas fueron al planeta Júpiter para ver si había vida en el planeta.
El cohete había despegado con seis astronautas. Después que despegaron, el cohete tuvo un ligero accidente con el motor. Quedaron en el medio del espacio pero pudieron llegar a destino.
Cuando llegaron a Júpiter realizaron un experimento con un espécimen. Al regresar a la Tierra lo revisaron pero el espécimen empezó a hacer clones de sí mismo. En ese momento se armó la invasión extraterrestre. De cada extraterrestre se hacían dos.
Uno de los científicos dijo:
-Hay que hacer una pócima. No sabían que hacer hasta que apareció el científico más loco del mundo, hizo una extraña pócima, los mató y todos se quedaron tranquilos.
-Lía


FANTÁSTICOS
El castillo con trampas
El espejo mágico
El fin del mundo
Los chicos magos
Glub y su magia

El libro mágico

Había una vez un chico muy bueno de cuarto grado, ese chico se llamaba Sebastián y vivía con su madre. Cuando pasó a quinto grado vino una chica y se enamoró de ella.
En el cumpleaños de la chica Sebastián le regaló un libro que se llamaba “El libro mágico”
Cuando terminó el cumpleaños la chica miró los regalos, vio el libro y lo empezó a leer.
Algo extraño empezó a pasar: el lugar cambió. Cuando dejó de leer todo volvió a ser como antes.
Al otro día le avisó a Sebastián pero él la creyó loca. La chica le llevó a Sebastián a su casa, le dijo que leyera el libro y de nuevo comenzó todo. La casa se convirtió un una cueva, Sebastián dejó de leer pero igual la casa seguía como una cueva.
La chica y Sebastián trataron de escapar pero no pudieron y se quedaron para siempre en ese mundo y con el libro mágico.
-Néstor



© 2006, Guada Aballe

lunes, 20 de marzo de 2006

Sobre una referencia latina en J. L. Borges

De la primera edición de El Aleph quedaron excluidos cuatro relatos: “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, “Los dos reyes y los dos laberintos”, “La espera” y “El hombre en el umbral”. Estos, más una “Posdata de 1952”, fueron agregados en la edición siguiente; desde entonces, “El hombre en el umbral”, cuento que contiene la referencia que se analizará a continuación, ha venido ocupando el lugar número dieciséis en el índice. Sin temor a exagerar, puede afirmarse que se trata de uno de los mejores cuentos que se han escrito en lengua española.

En el párrafo inicial, un amigo inglés de Borges y de Bioy Casares invoca cierto pasaje de la sátira X de Décimo Junio Juvenal (la misma sátira que comprende dos sentencias memorables: Panem et circenses y Mens sana in corpore sano, frecuentemente bisadas con ignorancia de su origen). Lo hace confundiendo un adverbio de lugar, error que observa Borges:

Bioy Casares trajo de Londres un curioso puñal de hoja triangular y empuñadura en forma de H; nuestro amigo Christopher Dewey, del Consejo Británico, dijo que tales armas eran de uso común en el Indostán. Ese dictamen lo alentó a menciona que había trabajado en aquel país, entre las dos guerras. (Ultra Auroram et Gangen, recuerdo que dijo en latín, equivocando un verso de Juvenal.) De las historias que esa noche contó, me atrevo a reconstruir la que sigue. Mi texto será fiel: líbreme Alá de la tentación de añadir breves rasgos circunstanciales o de agravar, con interpolaciones de Kipling, el cariz exótico del relato. Este, por lo demás, tiene un antiguo y simple sabor que sería una lástima perder, acaso el de las Mil y una noches.

(Jorge Luis Borges: “El hombre en el umbral”. Publicado originalmente en La Nación del 20 de abril de 1952, sección 2ª)

Así comienza el cuento. Que Mr. Dewey se haya equivocado al principio de sus remembranzas es un hecho de gran interés dentro del argumento: como ha señalado Daniel Balderston, “el error en la cita pone en peligro su autoridad”.

En efecto, Juvenal escribe, iniciando la sátira X, Usque Auroram et Gangen. Rezan los primeros cuatro versos:

Omnibus in terris, quae sunt a Gadibus usque
Auroram et Gangen, pauci dinoscere possunt
uera bona atque illis multum diuersa, remota
erroris nebula.


Juvenal habla en está sátira de “las súplicas siempre inoportunas de los hombres a los dioses” (Heredia Correa). Cínicos, estoicos y epicúreos ya conocían el tema; Horacio (en sus Epístolas) y Persio (en sus Sátiras) ya lo habían tratado. Juvenal no hace más que reincidir, tal vez de manera más admirable, en una costumbre satírica.

Balderston, en cambio, cree ver una alusión a “los que erran cuando van demasiado lejos”, y de hecho hay luego una crítica a las ambiciones de Aníbal y de Alejandro, aunque no parece presentarse como lo principal de esta sátira.

Traducido en prosa, el contexto de la cita de Juvenal es amplio:

En todas las tierras que se extienden desde Cádiz hasta la aurora y el Ganges pocos son los que pueden, alejada la niebla del error, distinguir los verdaderos bienes de aquellos que les son del todo diferentes. ¿Qué cosa, en efecto, emprendemos con tan buenos augurios, que no nos arrepintamos de nuestro intento y de que se haya cumplido nuestro deseo? Los dioses, complacientes, han destruido familias enteras porque ellas mismas lo han pedido. En paz, en guerra se piden cosas que han de perjudicar. Para muchos es mortal la abundancia torrencial de su palabra y su elocuencia; aquel murió por confiar en sus fuerzas y en sus músculos admirables; pero es mayor el número de aquellos a quienes ha estrangulado el mucho dinero reunido con excesivas inquietudes, y una fortuna que sobrepasa tanto a todos los patrimonios, cuanto es mayor la ballena británica que los delfines. Y así en tiempos calamitosos por orden de Nerón una cohorte completa cercó la casa de Longino y los grandes jardines del riquísimo Séneca, y puso sitio al magnífico palacio de los Lateranos. Rara vez llega un soldado a los pisos altos. Si, puesto en camino de noche, llevas unos vasos pequeños de buena plata, temerás la espada y la lanza, y te hará temblar la sombra de una caña que se mueve bajo la luna; el caminante que no lleva nada, cantará frente al ladrón.

(Juvenal: Sátiras. Libro IV, sátira X, 1 a 22)

En estas líneas Juvenal menciona a Casio Longino, Lucio Anneo Séneca y Plaucio Laterano. Las historias de cada uno de ellos pueden rastrearse en los Anales de Tácito.

En la frase “rara vez llega un soldado a los pisos altos” hay una imagen de las insulæ, o casas de vecindad. Estos edificios eran la vivienda característica de los pobres; Juvenal ya sugiere las insulæ en su sátira VII (verso 118) al llamar a un abogado modesto scalarum gloria, gloria de la escalera.

Juvenal acota con generosa aproximación las fronteras del mundo conocido por sus contemporáneos al comenzar diciendo “todas las tierras que se extienden desde Cádiz hasta la aurora y el Ganges”. A casi cincuenta años de la probable publicación de esta sátira, los mapas de Ptolomeo seguían sin alejarse demasiado de la India extra Gangem.

Por eso es tan significativo el error de Mr. Dewey. Al decir “ultra Auroram et Gangen” está recordando un ámbito que los romanos ignoraban: el que iba más allá de la India. Todo lo contrario del “usque Auroram et Gangen” de Juvenal, aún teniendo en cuenta que el Ganges era para el Imperio un concepto más bien difuso.

Los judíos veían en esta corriente, a la que llamaban Ghión, a uno de los cuatro ríos que fluían del Paraíso y oficiaban de puntos cardinales (los otros eran el Indo, el Tigris y el Éufrates). Todavía así figuraba en el mapamundi de Richard de Haldingham, en pleno siglo XIII.

© 2006, Héctor Ángel Benedetti

viernes, 17 de marzo de 2006

Breves leyendas de Loncopué (1º parte)

Las leyendas que se reproducen a continuación se contaban en varios puntos de la región de Loncopué, provincia argentina de Neuquén.

Leyenda de Campana Mahuida. Berta Elena Vidal de Battini fue responsable de una voluminosa antología de creencias, agrupada en varios tomos y ya hoy rara de encontrar en librerías. Fichada bajo el 1322, en una de sus prodigiosas páginas se lee la siguiente leyenda de Campana Mahuida: “Dice que esa barda suenan como campana. Que lo han oído lo que andaban por áhi pastoriando animale. Eso lo oyen siempre. Esa barda suenan juerte. Ésa es señal que va a soplar viento del lau de la Cordillera, y enseguida los pastore juntan y llevan su animale. Campana Mahuida tiene un poder de Dios. Por eso suena y deja salir el viento. Áhi nace el viento juerte que todo le tienen miedo. Mercedes Cheuquel, 65 años. Zapala. Neuquén. 1941.” A continuación, la autora remarca que la narradora es una vieja araucana criada en el lugar, descendiente de las tribus expulsadas por la Campaña del Desierto. Y agrega: “Sus gentes guardan el horror del hecho militar entre sus tradiciones, y ella lo comenta con el rencor que le transmitieron en contra del blanco” (Cuentos y leyendas populares de la Argentina, tomo VII, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1984; página 126). [En la imagen: Una fotografía de Campana Mahuida obtenida en 1884.]

Leyenda de la cordillera enojada. En la Sierra de Chorriaca se cree que la cordillera de los Andes se enoja cuando los arrieros hacen ruidos extraños, o disparos de armas de fuego, o gritan, o encienden motores. Manifiesta su desagrado mediante truenos ensordecedores, temporales de viento y nieve y derrumbes que sepultan a los fastidiosos. No hay remedio contra el Enojo. Lo mejor es que el arriero se quede quieto y callado: cuanto más barullo haga, más bramará su ira la cordillera. Se aplaca sola. [En la imagen: Arrieros neuquinos, en los Andes.]

Leyenda de la maldición de la machi. “Machi” es la condición de curandero de una persona. No es exactamente un brujo practicante de magia negra, figura que entre los mapuches recibe el nombre de calcu; machi es quien ejerce el chamanismo, el que expulsa místicamente el mal causado por el huecuvü. Pueden ser personas de cualquier sexo y aún hermafroditas, pero es mucho más frecuente ver mujeres llevando esta dignidad en la que con magia se mezclan ciencia, religión y arte. Cuentan que los caciques mapuches solían reunirse en Loncopué; desde allí, en Invierno, peregrinaban unas leguas hasta Copahue. Ellos conocían el poder reconstituyente del agua y los barros, que aprovechaban para el vigor necesario que exigía mantener varias esposas. Estando en Loncopué los jefes de algunas tribus, por cierta conveniencia, se confabularon para asesinar a otro. Hubo sangre y azufre: cumplieron su conjura entre los vapores del volcán. Los que volvieron falsearon lo sucedido, pero nadie les creyó. El crimen era evidente. Enfurecida, la machi de la comunidad del cacique muerto lanzó una profecía terrible: Loncopué estará condenado por treinta generaciones a no avanzar. La maldición de la machi parece cumplirse, aunque no se sabe bien cuántas generaciones han pasado ni cuántas quedan por venir aún. [En la imagen: Ilustración en un artículo de C. Rodríguez.]

Leyenda de la Piedra del Indio. Existía una rechricura, o piedra santa, en el medio de tres caminos muy viejos que conducían a Chile: el de Copahue, el del Paso Copulhue y el de Moncol. Era conocida como Piedra del Indio. Los paisanos le dejaban ofrendas de toda clase: alimentos (en especial pan y frutas), dinero (unas monedas), cosas de sus caballos (clavos, herraduras). El que se aventuraba a pasar por la Piedra del Indio sin dejarle nada, corría el riesgo de que “se le enojara”. El castigo era extraviar al viajero para siempre. Cumplir con la Piedra, en cambio, certificaba un paso sosegado y unos módicos beneficios anexos. De ida o de regreso no debía olvidarse de dar tres vueltas a la Piedra, siempre hacia la derecha, y en la última vuelta arrojarle la ofrenda. Esto contaba un arriero y peón de campo del Paraje Chorriaca, Don Juan Basilio Figueroa. [En la imagen: Una pintura que representa estribaciones de la cordillera andina.]

© 2006, Héctor Ángel Benedetti