Las leyendas que se reproducen a continuación se contaban en varios puntos de la región de Loncopué, provincia argentina de Neuquén.
Leyenda de Campana Mahuida. Berta Elena Vidal de Battini fue responsable de una voluminosa antología de creencias, agrupada en varios tomos y ya hoy rara de encontrar en librerías. Fichada bajo el 1322, en una de sus prodigiosas páginas se lee la siguiente leyenda de Campana Mahuida: “Dice que esa barda suenan como campana. Que lo han oído lo que andaban por áhi pastoriando animale. Eso lo oyen siempre. Esa barda suenan juerte. Ésa es señal que va a soplar viento del lau de la Cordillera, y enseguida los pastore juntan y llevan su animale. Campana Mahuida tiene un poder de Dios. Por eso suena y deja salir el viento. Áhi nace el viento juerte que todo le tienen miedo. Mercedes Cheuquel, 65 años. Zapala. Neuquén. 1941.” A continuación, la autora remarca que la narradora es una vieja araucana criada en el lugar, descendiente de las tribus expulsadas por la Campaña del Desierto. Y agrega: “Sus gentes guardan el horror del hecho militar entre sus tradiciones, y ella lo comenta con el rencor que le transmitieron en contra del blanco” (Cuentos y leyendas populares de la Argentina, tomo VII, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1984; página 126). [En la imagen: Una fotografía de Campana Mahuida obtenida en 1884.]
Leyenda de la cordillera enojada. En la Sierra de Chorriaca se cree que la cordillera de los Andes se enoja cuando los arrieros hacen ruidos extraños, o disparos de armas de fuego, o gritan, o encienden motores. Manifiesta su desagrado mediante truenos ensordecedores, temporales de viento y nieve y derrumbes que sepultan a los fastidiosos. No hay remedio contra el Enojo. Lo mejor es que el arriero se quede quieto y callado: cuanto más barullo haga, más bramará su ira la cordillera. Se aplaca sola. [En la imagen: Arrieros neuquinos, en los Andes.]
Leyenda de la maldición de la machi. “Machi” es la condición de curandero de una persona. No es exactamente un brujo practicante de magia negra, figura que entre los mapuches recibe el nombre de calcu; machi es quien ejerce el chamanismo, el que expulsa místicamente el mal causado por el huecuvü. Pueden ser personas de cualquier sexo y aún hermafroditas, pero es mucho más frecuente ver mujeres llevando esta dignidad en la que con magia se mezclan ciencia, religión y arte. Cuentan que los caciques mapuches solían reunirse en Loncopué; desde allí, en Invierno, peregrinaban unas leguas hasta Copahue. Ellos conocían el poder reconstituyente del agua y los barros, que aprovechaban para el vigor necesario que exigía mantener varias esposas. Estando en Loncopué los jefes de algunas tribus, por cierta conveniencia, se confabularon para asesinar a otro. Hubo sangre y azufre: cumplieron su conjura entre los vapores del volcán. Los que volvieron falsearon lo sucedido, pero nadie les creyó. El crimen era evidente. Enfurecida, la machi de la comunidad del cacique muerto lanzó una profecía terrible: Loncopué estará condenado por treinta generaciones a no avanzar. La maldición de la machi parece cumplirse, aunque no se sabe bien cuántas generaciones han pasado ni cuántas quedan por venir aún. [En la imagen: Ilustración en un artículo de C. Rodríguez.]
Leyenda de la Piedra del Indio. Existía una rechricura, o piedra santa, en el medio de tres caminos muy viejos que conducían a Chile: el de Copahue, el del Paso Copulhue y el de Moncol. Era conocida como Piedra del Indio. Los paisanos le dejaban ofrendas de toda clase: alimentos (en especial pan y frutas), dinero (unas monedas), cosas de sus caballos (clavos, herraduras). El que se aventuraba a pasar por la Piedra del Indio sin dejarle nada, corría el riesgo de que “se le enojara”. El castigo era extraviar al viajero para siempre. Cumplir con la Piedra, en cambio, certificaba un paso sosegado y unos módicos beneficios anexos. De ida o de regreso no debía olvidarse de dar tres vueltas a la Piedra, siempre hacia la derecha, y en la última vuelta arrojarle la ofrenda. Esto contaba un arriero y peón de campo del Paraje Chorriaca, Don Juan Basilio Figueroa. [En la imagen: Una pintura que representa estribaciones de la cordillera andina.]
© 2006, Héctor Ángel Benedetti
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