Sospeché que el mundo estaba perdiendo abstracciones al oír cierta adivinanza en los alrededores de Magdala, provincia de Buenos Aires. “Vuelta arriba, vuelta abajo y dele vuelta, carajo”, dijo un paisano. Al verme ignorante de cualquier respuesta, aclaró: “Es la manivela de la bomba de agua que está en el puesto de Don Sepúlveda”. Podía haber sido esa u otra bomba de agua, e incluso cualquier mecanismo de biela-manivela; pero en esa región solo podía tratarse de un artefacto en particular, con su ubicación exacta. Al día siguiente escuché otra adivinanza, de artificios similares, dicha por una chacarera: “De chico, grandote; de grande, chiquito”. Resultó ser el ombligo del primer hijo de aquella mujer. Ningún otro ombligo de los millones que hay en el mundo; ni siquiera de la docena (o más) que había en su casa: “de chico, grandote; de grande, chiquito” correspondía únicamente al ombligo de su hijo mayor.
Más tarde y más lejos detecté que el fenómeno no era extraño a la geografía. Por Cuchillo Curá (Neuquén) está el Cerro Irigoyen, llamado así porque desde cierto punto del camino recuerda (según dicen) la cara del doctor Bernardo de Irigoyen. Casi no hace falta aclarar que esta analogía es artificial y evidentemente forastera: nadie en ese paraje del Neuquén podría estar familiarizado con el rostro cuadrangular y la barba de chuleta de quien fuera gobernador de la provincia de Buenos Aires. Nadie, a excepción de su cuñado: el coronel Olascoaga, fundador de Chos Malal. Pero insisto: más allá de este pariente, ¿quién podría identificar en ese montón de rocas a Don Bernardo? Mucha imaginación habría que tener para reconocer ahí no solo su rostro, sino cualquier otro; en todo caso bien podría habérsele puesto “Cerro La Cara”, algo más genérico (de hecho, los lugareños solo ven una cara de indio). Pero no: en una zona donde las abstracciones son raras, aquello necesitaba ser bautizado con un nombre que remitiera a una cabeza concreta aún cuando esta solo resultase habitual para los porteños fin de siècle.
A unos kilómetros encontré otro caso. Se llama Cerro León. La explicación para este topónimo me la dijeron en una forma tan natural que sentí vergüenza de haberlo preguntado: León, porque “parece un león durmiendo la siesta”. Veamos cómo progresa esta imagen. Con suerte uno puede ver en ese promontorio a un león. Por alguna razón es imprescindible dotarlo de una actitud: se pone entonces que está durmiendo. Pero agregar que está durmiendo la siesta, ya es alarmante. Y por cierto que nada impediría añadirle más potencias: decir, por ejemplo, “un león durmiendo la siesta en Hualcupén el martes 6 de octubre de 1942”.
Más tarde y más lejos detecté que el fenómeno no era extraño a la geografía. Por Cuchillo Curá (Neuquén) está el Cerro Irigoyen, llamado así porque desde cierto punto del camino recuerda (según dicen) la cara del doctor Bernardo de Irigoyen. Casi no hace falta aclarar que esta analogía es artificial y evidentemente forastera: nadie en ese paraje del Neuquén podría estar familiarizado con el rostro cuadrangular y la barba de chuleta de quien fuera gobernador de la provincia de Buenos Aires. Nadie, a excepción de su cuñado: el coronel Olascoaga, fundador de Chos Malal. Pero insisto: más allá de este pariente, ¿quién podría identificar en ese montón de rocas a Don Bernardo? Mucha imaginación habría que tener para reconocer ahí no solo su rostro, sino cualquier otro; en todo caso bien podría habérsele puesto “Cerro La Cara”, algo más genérico (de hecho, los lugareños solo ven una cara de indio). Pero no: en una zona donde las abstracciones son raras, aquello necesitaba ser bautizado con un nombre que remitiera a una cabeza concreta aún cuando esta solo resultase habitual para los porteños fin de siècle.
A unos kilómetros encontré otro caso. Se llama Cerro León. La explicación para este topónimo me la dijeron en una forma tan natural que sentí vergüenza de haberlo preguntado: León, porque “parece un león durmiendo la siesta”. Veamos cómo progresa esta imagen. Con suerte uno puede ver en ese promontorio a un león. Por alguna razón es imprescindible dotarlo de una actitud: se pone entonces que está durmiendo. Pero agregar que está durmiendo la siesta, ya es alarmante. Y por cierto que nada impediría añadirle más potencias: decir, por ejemplo, “un león durmiendo la siesta en Hualcupén el martes 6 de octubre de 1942”.
© 2010, Héctor Ángel Benedetti.
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