(Sobre Recollections of an Excursion to the Monasteries of Alcobaça and Batalha in 1794, de William Beckford. Londres, 1835; Richard Bentley)
Cuando tenía diez años, William Beckford heredó un millón de libras esterlinas en efectivo, propiedades en Inglaterra y plantaciones en Jamaica. Con una renta anual increíble, pudo pagarse estudios de música con Mozart y de arquitectura con Sir Cozens; fue un bibliófilo y lingüista consumado que dominó a la perfección el árabe y el persa; viajó por toda Europa con tantos servidores que algunos lacayos tenían asignada una sola y específica tarea, incluyendo músicos y una escolta decorativa; tomó como amante a una antigua querida de Casanova (hecho que no bastó para desmentir su fama de homosexual); y en 1794 emprendió su obra más recordada, que no es este libro.
Se trata de la abadía gótica de Fonthill, en Wiltshire; el más insólito edificio que haya construido un prerromántico excéntrico. Tras levantar una muralla de doce pies de alto en todo el perímetro de su finca (unas siete millas), Beckford inició la albañilería a un ritmo enfermizo. Quinientos obreros, día y noche y por lo general alcoholizados, erigieron en tiempo récord una enorme estructura rosada, llena de ojivas y de agujas y de almenas; tan monumental como endeble: parece que este singular arquitecto no creía en los cimientos y, lógicamente, al primer viento la parte principal de la abadía se desplomó.
Sin embargo, aquella misma noche ordenó que la reconstruyeran. Para ver
 el efecto que produciría una torre de ciento veintiún metros, Beckford despreció dibujos y maquetas: directamente encargó un modelo de madera a escala real, que hizo derribar luego. En la inauguración —con invitados como Lord Horatio Nelson y Sir William Hamilton—, descubrió que todavía no se había construido la cocina, por lo que dispuso todo como para que se la levantase en una sola noche. Tras la primera y única cena, todo el sector se vino abajo.
mas notas” que el autor redescubriera entre sus papeles. Beckford había paseado por dos monasterios góticos de Leiria: Alcobaça y Batalha; de inmediato surge la asociación con su abadía privada de Fonthill (la memoria podrá desordenar algunos hechos, pero conservará con gusto un rosetón o un contrafuerte). Tanto Alcobaça como Batalha están consagrados a Santa María; en el primero hay un famoso Claustro del Silencio; en el segundo —Santa María de la Victoria— se conmemora el triunfo de Juan I de Portugal sobre Juan I de Castilla.
mica que pueden tener una fontana o una gruta. El comportamiento de este inglés incluía una aversión hacia los espejos y un posterior odio hacia las mujeres: en Fonthill los corredores tenían nichos para que el personal femenino de la servidumbre se ocultara a su paso. Y a decir verdad hay alguna fobia obscena flotando en las páginas de su Vathek. Elucidar en qué consiste, es tarea del lector; en Beckford, el mérito literario se confunde con su propia historia. En las páginas de Recollections..., las escasísimas mujeres que aparecen son tan heterodoxas como él: una cantante reclusa, una dama alucinada por los pájaros, una reina que grita en mitad de la noche.
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